sábado, 22 de diciembre de 2012

Comiendo tarta

Un periodista tiene la obligación de saber – saber por haber vivido y por estar viviendo – la vida del ciudadano de a pie.  Si vives como un privilegiado, con y como La Corte, las aberraciones de aquellos que mandan no te dan el cante, o si te lo dan, no es para tanto.  Si comes tarta con la reina, y ella dice, al enterarse que protestan por la escasez de pan, “¡Que coman tarta!” quizás te parece un poco insensible, pero no te entran ganas de cortarle la cabeza.  

En Sevilla, vivo entre la clase baja.  Aclaremos que las clases bajas de esta sociedad son, en un contexto global, también unos privilegiados.  Hay que decir también que, a diferencia de la mayoría de mis vecinos, mi estatus social ha sido más mi elección que mi suerte.  Aun así, gracias a la vida que llevo, tengo una idea más clara sobre lo que un ser humano verdaderamente necesita para sentirse seguro, digno, relevante y aun a gusto.  Aún mejor (para un periodista), por vivir como y entre los ciudadanos de segunda o aun tercera clase, vivo en directo y a diario casi todos los incumplimientos, descuidos y políticas miopes de nuestros gobernadores.

Tal como los políticos debaten y promulgan leyes y elaboran presupuestos para regular la sanidad, la educación, el transporte público, sin apenas utilizarlos, los periodistas de política no entran, mucho menos viven en barrios humildes, aún menos en barrios desgraciados.  Apenas patean la vía pública, salvo cerca de sus casas, oficinas y las oficinas de aquellos a los que cubren.  Para ellos, el paro es una lacra al acecho, no su vía crucis o un hecho cotidiano.  ¿Algunos de ellos meten a sus hijos en la educación pública?  Tanto el follón administrativo y la impersonalidad de la sanidad pública como su abuso por los usuarios son, para los supuestos expertos, que se enteran a través de terceros, una indignidad hipotética.  Por lo tanto, acaban escribiendo sobre lo que saben, y para aquellos a los que conocen, es decir para interesar a los políticos, a sus plantillas y a los demás escritores de política, no para exponer, con pelos y señales, hasta qué punto y hasta qué profundidad llega el alcance de la mala gestión del pueblo.  Eso, simplemente porque no lo sufren lo suficiente en sus vidas cotidianas.

Claro está que los políticos están alejados de la realidad.  Una gran parte de la culpa la tienen los periódicos que dedican tanto espacio a los desaires e indirectos intercambiados entre ellos, sus mezquinas rivalidades de poder y todo el cotilleo y soso espectáculo acerca de semejante circo de faranduleros.  Quizás los periódicos están en crisis porque han dejado de escribir sobre lo que nos importa.

Escribí parte I de Carta abierta al alcalde para demostrar que, pese a tener cada día más contundentes motivos por no tener esperanzas de la política, sigo teniéndolas.  Digan lo que digan los sondeos, creo que los españoles en su mayoría comparten mis esperanzas redomadas, lo cual es lo único que los políticos tienen a su favor.

Escribí parte II para demostrar cómo los políticos, al conseguir sus cargos, escupen en la cara de nuestra buena fe, tanto con sus acciones como con sus palabras.  Los periodistas de política tienen la responsabilidad de exponer todos estos timos perpetrados en nombre de la política.  Pero no lo hacen como es debido, porque están comiendo tarta con la reina.

domingo, 9 de diciembre de 2012

La inevitable eventualidad

Cuando leí que el alcalde de Sevilla había llamado el Diario de Sevilla “el periódico de referencia en Sevilla”, de repente me di cuenta de que, si escribiera una Carta abierta al alcalde, probablemente la leería.  ¿Cómo podría dejar pasar la oportunidad de expresarme, con pelos y señales, al encargado de mi ciudad adoptiva?

Al tomar la decisión de escribir sobre la política, o, aún menos típico de mí, sobre un político, el reto se convirtió en cómo hacer esto sin que el artículo tuviera una fecha de caducidad.  Quizás una imposibilidad.  De todas formas, lo intenté esforzándome al máximo.  Primero, no lo nombré, convirtiéndolo en El Político, o más bien, en Nuestras Esperanzas de El Político, y a mí en La Voz Expectante, Insistente y a Veces Inocente del Pueblo.  Tal dinámica siempre ha existido y siempre existirá.  Segundo, en vez de escribir sobre él, escribí a él, de hombre a hombre, centrándome en su carácter y su porte, en vez de en su plataforma y cv.  Si la primera táctica impersonalizó el asunto, la segunda hizo todo lo contrario.  Y tercero, escribí, siempre que fuera posible, sobre las verdades universales de La Corte (sus engaños, auto o no, sus aires de superioridad, y su alejamiento de la realidad) en lugar de temas de actualidad, y los políticos concretos implicados en ellos.

En la segunda parte de la carta (que se publicará en dos semanas), aunque no pude evitar referirme a temas de actualidad, lo hice en la forma más genérica posible, pero no por eso menos especifica.  Eliminé todos los detalles, la mayoría nombres propios, que sólo llevan un significado sugerente o emotivo en el presente.  Mis únicas concesiones al presente, hacer mención de Mike Bloomberg, el alcalde de Nueva York, y del Caixafórum de Sevilla, fueron incluidas para no socavar el fundamento principal de cualquier periodista que se precie: la claridad.

Aunque parezca que no, escribir para el lector de todos los tiempos casi siempre hace el texto más, no menos, pertinente a la actualidad, en gran parte porque lo hace más ameno, en el sentido digno del termino.  Inclina a una cobertura, no exhaustiva, sino de lo imprescindible; a informar a través de la descripción; a narrar en vez de explicar; al lenguaje figurado más que al literal.  No podemos dar nada por sentado, tenemos que escribir con sumo rigor.

Habiendo dicho todo esto, la segunda parte de la carta, precisamente porque se ata más al presente, es la que tiene más intensidad y fuerza.  Ya veréis.  Tuve que abrazar el lado más efímero del periodismo.  Al fin y al cabo, el valor de nuestra obra, un poco como el valor de la obra de un artista escénico, radica en su eventualidad.  Al abrir el periódico, al subirse el telón, arranca; al cerrar el periódico, al bajar el telón, ya ha pasado a la historia.

domingo, 25 de noviembre de 2012

En contradicción conmigo mismo

Uno de los fundamentos religiosos que cité en Dios como nosotros lo concebimos, “siempre anteponer los principios a las personalidades”, es contraproducente a la convincente escritura personal, en la que siempre tenemos que anteponer los personajes al propósito, y lo determinado al dogma.

Mi padre solía decir que el buen periodismo trata sobre gente, no sobre sucesos.  Yo añadiría que la buena escritura trata sobre personalidades, no sobre ideas.  Ideas aclaran un asunto, las personalidades lo enturbian.  Para mí, la verdad es siempre turbia.  Así pues cuánto más me contradigo en mis textos, queriendo o no, mejor.  Mi autocontradicción es una señal que todavía estoy a salvo, abierto a cambios e incluso revoluciones, y así desarrollándome.

Tomemos la frase: “En la familia radica la felicidad”.  No sólo es cierta, sino defina una idea por y para la que vivo.  Viviré fiel a ella hasta que la muerte nos separe.  ¡Cómo me lleno la boca decirlo!  ¡Cómo me hincho de mi bueno y solido carácter!  Sin embargo, al vivir según esta premisa, descubro que, en mi familia, también radica casi toda mi frustración y hastío.  Al fin y al cabo, la frase, “En la familia radica la felicidad” es ni más ni menos cierta o falsa que “En la familia radica la infelicidad”.

A la hora de tratar el asunto de familia, existe una sola solución para un escritor: escribir sobre una familia en particular (siempre elijo la mía), especialmente las personalidades de las que consta.  Así existe la posibilidad que nos salga la verdad concreta, no sólo sobre lo que es la familia, sino sobre lo que es la felicidad y la infelicidad también.

En Dios comonosotros lo concebimos, escribí sobre la religión, algo tan personal y polifacético como la familia.  El artículo habría sido en vano, un conjunto de palabras vacías y frases vagas, si no tuviera como protagonista la persona, no la idea, que más me ha definido y ha hecho indefinible el asunto.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El buen camino

Según mi mujer, doy la impresión de ser frio en los momentos fuertes y felices de la vida.  No dudo que tenga razón.  En vez de vivir y sentir estos momentos en el momento, los siento y los vivo después, al retratarlos por escrito.  Al sentarme ante una hoja en blanco, todo en lo que me he fijado en el momento, todo lo analizado, me ayuda a descifrar mis sentimientos, y así embellecer o ridiculizarlos, como corresponde.  Sin mi escritura, desaparecería, o no me comprendería, que es lo mismo.

Antes de empezar, en 2008, a escribir en español para los españoles, me dediqué a escribir ficción, quizás porque era el género que más leía.  Al plasmar mi obra, novelaba los momentos fuertes y felices, además de los personajes que los sentían o no.  Al encontrar, casi por casualidad, un foro, el Diario de Sevilla, que consentía publicar mi crónica real sobre un guiri – yo mismo – en Sevilla, llegó el momento de enfrentarme y hacer callar de una vez por todas a los demonios internos que me decían que en mi día a día tal como era no podría consistir la literatura.

Si el periodismo es el género en el que, ahora mismo, más rotundamente y claramente suena mi voz, entonces el método más infalible para dar con temas ricos es colocarme en escenarios con potencial de emocionarme y después observarme con despego.  Por eso, sabía de antemano que cosecharía mucha materia prima en la boda de mi hermano.  Después de separar el grano de la paja, el resultado es Boda de vírgenes.

Si quiero algún día alcanzar las alturas de la literatura, el buen camino, para mí, es dar el respeto debido a mi vida como es, e intentar hacerle justicia al contarla.  Si por este camino nunca llego a ser artista, al menos me habré refutado mi frialdad.

domingo, 28 de octubre de 2012

Una medida preventiva

Intento organizar mi vida para que, si me rindiera a la tentación de conformarme con el camino más fácil, hiciera daño no sólo a mí, sino a aquellos que (y a lo que) más respeto y amo.  No conozco otra forma más eficaz de desarrollar mi carácter.

Por ejemplo, no inscribí a mis hijos en educación prescolar, aunque al hacerlo yo podría haber pasado toda la mañana tranquilamente escribiendo o impartiendo clases de inglés.  Pasar a mi prole al sistema me pareció un recurso tan fácil que me sentía como si alguien me tendiera una trampa.  Para no caer en ella, decidí mantener a mis hijos conmigo, y llevar todo el cargo y la responsabilidad que eso conllevara.  Tomé la decisión con el objetivo, en parte, de forjarme el carácter, aunque no lo habría tomado, si no creyera que el carácter de mis hijos estaba más en juego que el mío.

Ya ha pasado más de un año y, en cuanto a mí, ya veo el resultado de haber desafiado lo más cómodo.  Vivo con más rigor.  Si no organizo bien las mañanas, mis hijos las pasan viendo la tele o peleándose entre ellos, o, en la calle, se quedan y se quejan todo el tiempo en el carrito mientras hago los mandados a toda prisa.  Por otro lado, si organizo bien las mañanas, todos jugamos mucho rato en el parque o andamos tranquilamente por la vía publica, investigando y entreteniéndonos a nuestro amor.  En esta situación y en todas, si yo fuera el único que sufriera las consecuencias de mi mala organización, las podría aguantar.  Pero al ver a mis hijos estancarse por mi culpa, me preocupo en enmendarme.

Pasa igual con mi escritura.  Si escribiera sobre la política, o la moda, o los deportes, o incluso las artes, al no dar cuerpo y alma a los textos, al cometer fallos y descuidos evitables, esto sólo pondría en peligro mi futuro y mi reputación como escritor.  La política, la moda, los deportes y las artes permanecerían intactos, intocados.  Pero cuando escribo sobre mi familia, o mis seres queridos, o mis creencias y convicciones más profundas, cada frase que no sea digna y precisa es una ofensa contra lo que para mí es sagrado.  Sólo entonces escribo con sumo cuidado.

Escribí Limpiando el panteón, que tiene que ver con la muerte de mi padre, como si su inmortalidad dependiera del resultado.  Es el hombre que más he admirado en la vida.  Si me hubiera dejado caer en los tópicos y lo sentimental, habría sido mancillar todo lo que él representaba y sigue representando para mí.

Lo que quiero decir sobre el oficio es sencillo.  Si queremos escribir en plena forma, tenemos que elegir los temas que no nos dejan, por amor propio y aún más por amor de los demás, ni el más mínimo margen de error.

domingo, 14 de octubre de 2012

Un estilista por defecto

Muchos lectores y aun escritores creen erróneamente que el estilo de un escritor es el resultado de su don para las palabras.  Estoy de acuerdo con Hemingway de que el estilo es el resultado de la torpeza de un escritor.  Defino el estilo como el regusto que dejamos al oído de un buen lector, al superar, en la mejor manera que sabemos, las dificultades de expresarnos.  Aun diría que cuánto más fácilmente escribamos, menos probable que nuestro verdadero estilo se haga ver.

Empecé a aprender castellano hace siete años. Sigue siendo y siempre será un idioma extranjero para mí.  Los matices del idioma, en su mayoría, me eluden.  Es como si a un pintor le quitaran su paleta de colores infinitos, y tuviera que hacer arte con rotuladores.  No le quedaría otro remedio que relegar los medios a su (debido) papel prosaico y dar cara.  Al empezar escribir en castellano, sólo entonces mi personalidad como escritor, tal como la de un árbol podado, logró demostrar su verdadera valía.

En ¡A por el bilingüismo! intenté explicar lo difícil que es aprender, en profundidad, otro idioma.  Para saber lo difícil que es esto, tienes que vivirlo, intentar llegar a ser bilingüe, y fracasar.  Muchas veces me deprime el camino que me queda todavía por andar, si quiero llegar a mi muy, pero muy exigente meta de fluidez total en este segundo idioma.  Me enfadan los timos perpetrados por las academias al intentar vender sus programas de aprendizaje.  Todo esto me parecía imposible expresar, aún más en castellano.  Quizás en inglés, con una paleta rebosante de colores, podría haber hecho justica digna a mi anhelo y frustración.  Pero no me extrañaría si aquel artículo, aunque más matizado y aún conseguido, también habría sido más estéril, salido más de mi mente que de mis entrañas.  Al poner manos a la obra en castellano, me salieron, en lugar de anhelo y frustración, alegría y humor.  Claro que el resultado se queda corto, que no alcanza describir la rotunda realidad de mis sentimientos, pero no por eso es menos cierto.  En el humor y la alegría del artículo radican tres cosas que son, a veces, lo mismo: su estilo, su insuficiencia, y su verdad.

Louis Sullivan, el arquitecto estadounidense y pionero en el diseño de los rascacielos, trabajaba bajo el lema, “form follows function.”  (la forma resulta de la función).  Se puede aplicar el lema a todas las artes.  Yo diría que, también en todas las artes, “style follows disfuntion” (el estilo resulta de la disfunción).  Intentamos expresar algo que no es posible expresar con los medios de los que disponemos.  Cuánto menos posible nos parezca poder expresarlo con estos medios, más alma y empeño ponemos en el intento.  De este intento fallido, redimido por el alma y empeño que se nos han corrido por la obra en la lucha, brota el estilo.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Autocrítico

Uno de mis héroes, Margot Fonteyn, quizás la bailarina clásica no rusa más grande de todos los tiempos, vivió por y para la siguiente regla general: “Tomar mi trabajo muy en serio, pero nunca a mí mismo”.  Una forma de aplicar dicha regla a mi trabajo como escritor es sólo criticar aquello de lo que yo mismo estoy culpable.  Si no, acabo siendo o demasiado severo o demasiado poco severo con el objeto de mi crítica.
 
Critico el aborto, porque caí en el error de abortar a mi propio hijo.  Critico a los escritores que escriben con demasiada frecuencia, porque yo también he pecado y peco de dejar que textos míos se publiquen antes de saber si están terminados.  Critico a los padres que, por miopía no necesidad, dejan que los demás, extraños, cuiden a sus niños pequeños durante ocho o más horas al día, porque yo haría lo mismo, quizás, si hubiera manera.  Critico a los flojos, a los prepotentes y a los conformistas, porque yo también fallo en la lucha sin tregua contra la tendencia de coger el camino más fácil.
 
En El culto de Sevilla santísima, mi objetico fue criticar la actitud de los sevillanos ante la crítica.  Muchos, demasiados se toman demasiado en serio.  Para cumplir con la regla de Fonteyn, me ocupé en demostrar que yo también, soy culpable de tomarme demasiado en serio.  Así se plasmó el artículo.

El dramaturgo estadounidense David Mamet, cada vez que se sienta para escribir, empieza con la misma pregunta: “¿Soy un farsante?”  Cuando he escrito en plenas facultades, es porque ha surgido tal pregunta, y me he esmerado en intentar contestarla, sean lo que sean las consecuencias a mi opinión de mí mismo.

Hay un refrán en inglés que dice, “It takes one to know one”.  Se utiliza cómo los españoles utilizan “¡Mira quien fue a hablar!” y/o “Se cree el ladrón que todos son de su condición”.  Soy igual que cualquiera a la que critico.

Demasiados escritores se creen inmunes a los males que denuncian.  ¿Cuántas veces hemos leído un artículo vapuleando a los políticos por ser corruptos, incompetentes o inconsistentes en su trabajo, mientas el artículo en sí es el vivo ejemplo de un trabajo hecho sin afán o esmero?  Dichos escritores exigen lo mejor de los demás, mientras sólo cubren el expediente de su propio oficio.  Su regla general podría ser, “Tomar a mí mismo muy en serio, pero no mi trabajo”.  También he sido culpable de esto.

domingo, 16 de septiembre de 2012

No tragarse el humo

Los artistas, en su gran mayoría, empeoran con el éxito.  Producen su mejor obra antes, no después.  Crear en un vacío, sin saber si alguna vez la obra verá la luz, aunque eso no es nada alentador, a veces es precisamente lo que proporciona a los artistas la chispa necesaria para crear arte.

Parece que la personalidad, y aún el alma de los artistas, se saltan a la vista, o al oído, cuando están aislados y apartados sin querer, y están gritando al cielo para que los tengamos en cuenta.  Al conseguir un público, pierden un gran motivo por crear.  Ganan otro, es cierto – el no querer decepcionar a este público – pero tan puro como el perdido no lo es.

Durante más de 20 años, escribí en un vacío.  Sólo mis amigos y mi familia, todos escritores también, leyeron mi obra, para ayudarme mejorarla.  Este aprendizaje de valor incalculable ha resultado, creo, en un premio, La Sevilla del guiri.  Mucho éxito no es, pero es lo suficiente para alterarme.

De repente tengo que tratar con las estadísticas de mi blog, a los que acudo casi cada día como un adicto.  Hay el número de lectores atraídos por cada post, el número de comentarios que ha provocado, y claro los comentarios en sí – los ánimos, insultos, aclaraciones, malentendidos, corroboraciones y discrepancias.

Los ánimos me afectan por el bien, siempre que no los vea como elogios.  No hay nada más peligroso para un artista que los elogios.  Son el verdugo de las inquietudes, tranquilizan las dudas necesarias para comunicar con contundencia.

James Saltar, uno de los únicos escritores estadounidenses, que yo conozca, que han mejorado con el tiempo, fue tan amable contestarme, cuando hace 10 años, le escribí una carta de admirador.  Con referencia a mi idolatría, incluyó una frase que nunca olvidaré: “I took pains not to inhale” (Puse mucho empeño en no tragarme el humo).  Un humo tan poderoso como perjudicial.

Sigue siendo el vacío – ahora como amenaza, siempre acechándome – que me inspira más que cualquier otra cosa, salvo Dios.  Al final del año pasado, la dirección del periódico me dijo que a partir de febrero, La Sevilla del guiri sería publicada un sábado sí y otro no, en vez de cada sábado.  Tendría que compartir con otro escritor el espacio que pensé que yo había ganado con trabajo y talento.  Me di cuenta de que no podría confiarme.  Un día podría estar escribiendo de nuevo en un vacío.

Apología del patriotismo es el primero artículo que escribí después de que me informaron del cambio.  Al escribirlo, me sentí aislado, apartado, purificado.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Oda a una obra

Para que una crítica funcione como algo más que un aprecio o un desprecio, tiene que tratar más de él que escribe la crítica que de la obra sometida a examen.  En Ficciones de Borges, hasta las obras tratadas son productos de su imaginación.  Fue Borges la pauta que seguí en Israel Galván, el Hamlet hispalense.

Salvando las distancias, por supuesto.  El asunto sobre el que escribo es la obra real del bailaor Israel Galván.  La imaginación de Galván inspiró mi interpretación.  No me puedo apuntar todo el mérito.  De todas formas, he intentado que la interpretación dependiera más de mi imaginación que de mi intelecto.

Mi intelecto es fiable y frio.  O puede o no puede.  Mi imaginación se despierta o duerme según factores a los que mi intelecto es más o menos inmune: mis complejos, gustos, deseos, prejuicios, estado de ánimo y experiencia.

Criticar con puro intelecto sería como gobernar con un estado policial.  Criticar con pura imaginación sería como dejarse llevar con la anarquía.

La crítica es un género que vale tanto como la ficción o la poesía para dar sentido y significado a la vida.  Si es un género menor es porque la musa del crítico no trabaja solo, colabora con la musa del artista reseñado.  Para mí, las críticas más memorables son elogios, odas.  Por eso, elegí escribir sobre la obra de Israel Galván. 

domingo, 19 de agosto de 2012

Siempre subjetivo

Empecé como periodista en la rama deportiva.  Antes de ir al primer partido que la redacción me encargó a cubrir, mi padre, también periodista que empezó en la rama deportiva, me dijo, “Escribe el reportaje como si contara a un amigo lo que pasó.  Lo que no te parece interesante, no lo incluya.  Si crees que lo que transcurrió en un mero minuto merece cuatro párrafos y el resto del partido merece sólo un resumen de doce palabras, escríbelo así”.

En Rezando en el Sánchez-Pizjuán llevé aquel consejo de mi padre a su gran extremo.  Al partido en sí, dediqué sólo tres frases cortos, 23 palabras, el tres por ciento del artículo.

El comentario de mi padre desmiente la así llamada objetividad del periodismo.  Cada reportero tiene su conjunto de prioridades, su opinión sobre lo que importa y lo que no importa.  Es inevitable y no necesariamente menos informativo que este sesgo se manifieste siempre en su trabajo.

Al pulir mis artículos para publicación, acabo eliminando muchas frases y párrafos dedicados a explicar como soy.  En vez de escribir que soy maniático o dogmático o creyente o sufrido, describo lo que hago y veo, lo que me pasa y cómo reacciono.

Tal como intento dejarme ver sin decir cómo soy, intento dar a conocer mis prioridades sin enumerarlas.  Me recreo en lo que me importa, no lo deletreo.  Me centro siempre en los hechos, sabiendo que los hechos serían otros si el observador fuera otro.  Así los hechos hablan por sí mismos, y también por mí.

domingo, 5 de agosto de 2012

El saber reciclar

Durante los diez meses que dejé de escribir La Sevilla del guiri, refiné, aumenté y organicé mis primeros 50 artículos, convirtiéndolos en lo que, con suerte, verá la luz algún día como un libro.  Clasifiqué los artículos en cinco secciones, el oído, la vista, el tacto, el gusto, y el olfato, y después escribí introducciones a cada sección, explicando cómo, cuándo, y por qué cada sentido entraba en juego según la ciudad (Sevilla o Nueva York) o el país (España o EE. UU.) en el que se encontrara.  De todos los sentidos, el gusto es el que más trabajo me costó introducir, sin duda porque este, si no nos limitamos al paladar, es el que más abarca.  Es el rey de los sentidos.  Todos los demás trabajan por él.

Mi mujer (mi buena y fiable editora) rechazó el primer borrador por ser demasiado esotérico, intelectual y así que poco sustancioso.  Aconsejó que añadiera algo en el que un lector pudiera hincar los dientes.  Le di lo que pedía.  Si el primer borrador le dejó con hambre, la segunda le hartó hasta la saciedad.  Con nuestros recortes, el texto se redujo de diez páginas a cuatro, casi la extensión del borrador original.  De las seis páginas que sobraban, convertí tres, una vez más a sugerencia de mi mujer, en Alucinaciones de un desnutrido.

Un buen y fiable editor no sólo recorta, sino sabe reciclar.

domingo, 22 de julio de 2012

Una sola cosa

“Con cada artículo, un escritor no debería intentar comunicar más de una sola cosa”, solía decir mi padre.

Al limitarnos a comunicar una sola cosa, así se recortan los ejemplos y la experiencia propia que vienen al caso.  Cuánto menos de esta materia prima haya, mejor.  Así no nos queda más remedio que plasmarla con esmero, minuciosidad y emoción.  Así damos a conocer ideas, opiniones y creencias de las que, con más materia prima, ni siquiera habíamos sido conscientes.  Este más que surte del menos es quizás la más grata contradicción inherente del oficio. 

Quería escribir algo sobre un viaje de diez días que hice con mi familia a Londres.  Lo difícil fue dar con la “una sola cosa”.  Para mí, los sentimientos de culpabilidad e inseguridad, aunque me abruman en mis tratos con los demás, a veces paralizándome, son mis grandes amigos a la hora de escribir.  Componen la locura que da mi escritura personalidad y miga.

Londres, una lección a la última resultó ser un artículo sobre un encadenamiento de circunstancias, producto de no vivir de acuerdo con mis principios, todo en tono “taking the piss”, como dicen los ingleses.  Los dos o tres párrafos que tratan lo diverso e integrado que es Londres en comparación con Sevilla y Nueva York, surgieron por sí solos al querer describir bien la escena y poner al lector en contexto sobre nuestro anfitrión.  Aunque son unas observaciones secundarias, puedan ser las que más interesan a algunos lectores, especialmente a aquellos sin sentido (escatológico) de humor.

Tomemos esta entrada.  Me ocupé en aclarar una sola cosa: los beneficios de limitarnos a comunicar una sola cosa.  Sin embargo la aclaración, dicha de paso, sobre cómo los sentimientos de culpabilidad e inseguridad figuran en mi obra es la que más me ha valido la pena.

domingo, 8 de julio de 2012

Pese a cómo soy

Al leer Abuelos guardaniños y guardavalores, algunos padres pensarán que les acuso de no cumplir con su deber.  Que Dios me libre de amortiguar el golpe de palabras escritas sinceramente y en buena fe.  De todas formas, debería hacer una confesión:

Entiendo por qué una persona, después de tantos años de preparación para una carrera profesional, dudaría en dejar esta profesión a un lado, quizás para siempre, para volcarse en criar a sus niños pequeños.  Mi gran suerte como escritor es que, si quiero ser fiel a mi vocación para ser artista, tengo que dedicar la mayoría de mi tiempo y energía a otras cosas.  El trabajo de un artista consiste, como cualquier trabajo, en entender y poner en práctica una serie de técnicas, normas y habilidades, pero esto es la parte menor.  Lo principal es entenderse a sí mismo.  Criar a mis hijos, me ayuda precisamente a hacer esto.  Me permite ver, con una claridad que nunca antes he conocido, todos mis defectos y virtudes importantes, y todas mis aptitudes y carencias importantes.  Sin este conocimiento, escribiría peor, menos convincentemente, sobre el asunto que sea.

La gran mayoría de las profesiones no la podemos llevar a cabo si paramos a recrearnos o/y sufrir todos los momentos auténticos y emocionantes de la vida.  Todo lo contrario.  Hay que pasarlos por alto para poder centrarnos en la tarea.  Como artista aspirante, no tengo que elegir entre el uno (el trabajo, la carrera, la productividad) o el otro (la familia, el amor, la profundidad): para mí, el uno es el otro.  Dedico tanto tiempo a la crianza de mis niños pequeños con la intención de hacerme un hombre más competente, completo y sabio, pero con un motivo egoísta: quiero crear arte.  He encontrado el buen camino, pese a cómo soy.

domingo, 24 de junio de 2012

Un bullshit detector fiable

Con Metro de amor, me propuse a escribir un artículo sobre el amor, apurando los límites del periodismo.  Intenté lo que quizás no fuera (sea) capaz de conseguir, y lo he conseguido lo suficientemente bien para dejar que se publicara.

No habría corrido el riesgo de intentar (y mucho menos soltar) un artículo así, si no hubiera tenido el respaldo de mi editor, que es mi mujer.  Jamás he conocido a alguien con un bullshit detector (detector de gilipolleces) tan sensible.  No exagero en absoluto al decir que, sin ella, haría el ridículo cada vez que publicara un artículo.  El periódico no sería sino mi picota.

Hoy en día los editores de verdad no existen en los periódicos.  Sólo hay correctores de estilo, haciendo su trabajo mecánico.  El periodismo sufre como consecuencia.  Los directores quieren artículos cada vez más cortos, pensando que la extensión aburre a los lectores.  Lo que aburre a los lectores son artículos fofos, con palabras, frases, y aun párrafos de bajo rendimiento, por estar poco o nada trabajados.  Tanto un artículo corto (una entrada de un blog, por ejemplo) como uno largo puede abundar en grasa.  Para quitarla es necesario un cirujano de primera categoría, una especia en extinción, por lo menos en EE.UU.  Quizás en España, donde el estilo barroco impera, este tipo de editor haya sido siempre una especie alienígena.

No necesito a mi mujer para quitar la grasa de mi obra.  Para asegurar que mis artículos, al publicarse, son casi todo musculo, los trabajo hasta la saciedad.  Necesito a mi mujer como editor en la misma capacidad que un novelista o un poeta necesita un buen editor: para cuestionar o refinar ideas, lógica, retórica (y aun textos enteros) de segunda categoría.  El solo hecho de que mi mujer esté allí, me anima a correr riesgos, porque sé que si, al jugársela, no acierto, ella evitará que el resultado salga a la luz.

A la hora de correr riesgos en la escritura, hay dos instigadores de gilipolleces siempre al acecho de mí: la presunción y la vanidad.  La presunción me hace pensar que no puedo fallar, y la vanidad me hace intentar llamar la atención a lo listo y valiente que creo ser.

Mi mujer es un editor con un don para las palabras, un don para ver la verdad detrás de las palabras, y un don para sacar la verdad de mí. 

domingo, 10 de junio de 2012

Evitando informaciones meteorológicas

Tengo un miedo mortal de aburrir a mis lectores.  Esto tiene una gran influencia en mi estilo, que es irónico, directo y anecdótico.  El hecho de que mi padre fuera articulista para la prensa popular (‘the tabloids’ se llaman en el inglés yanqui), también influye.  No le gustaron los escritores que se recreaban en descripciones, “weather reports” (información meteorológica) en su jerga periodística.  Tuvo poca paciencia para llegar al grano de cualquier texto.  Sólo soportaba que el humor o una anécdota le detuvieran.  Para él, tanto el humor como las anécdotas tenían un fin (o grano) propio, que añadían o no al grano principal sin ambigüedad.  Creía que un estilo sencillo y franco era más valiente.  Y es cierto que muchos escritores utilizan la opacidad como defensa: con tal de que nadie les entienda, nadie les puede criticar.  Y si el lector se aburre con una descripción prolongada, el escritor se consuele al pensar que este miembro de su público no es lo suficientemente culto para apreciar su prosa, o no lo suficientemente inteligente para coger el contexto subyacente.

Como escritor, esto es mi bagaje cultural.  Siempre estoy quitando los adjetivos y adverbios de mis frases, buscando verbos y sustantivos más sólidos y precisos, o el detalle perfecto para sustituir dos o tres detalles aceptables, o tachando floritura o palabras inútiles.  De tiempo en tiempo surge – como ha surgido en ¡Opá, que voy a largá! con la descripción de las tapas que mi hermano engulló – una anécdota que me da licencia libre de abandonarme a la información meteorológica.  “A big set-up only when the punch-line merits it”, mi padre podría haber dicho: un montaje pormenorizado, sólo cuando el golpe final lo merezca.

domingo, 27 de mayo de 2012

El secreto aburrido

Arranqué clase de inglés con una pregunta: “¿Alguno de vosotros toca un instrumento?”  Una alumna respondió: “Estoy aprendiendo tocar la guitarra.  El profesor me ha enseñado el secreto”.  Todos estábamos con las almas en vilo, queriendo saberlo.  Nos dijo: “Te tiene que encantar hacerlo”.

Me llevé una decepción este secreto, aunque no se lo puede negar.  No podía evitar pensar en mi hijo, al que mi mujer y yo estamos intentando, durante un rato cada noche, enseñar los números.

-No quiero hacerlo, papá- me dijo una noche-.  Es aburrido.

-Sé que es aburrido, hijo- empecé a responder, pero mi mujer me cortó:

-No digas que es aburrido. Estudiar es bonito.

Bueno.  Puede ser bonito, y puede ser aburrido también.  Según mi experiencia, tienes que aguantar lo aburrido, siempre con paciencia, para llegar a lo bonito.

Por ejemplo, no me gusta escribir; me gusta cuando he escrito bien, es decir, cuando he podido expresar una parte de mí – una creencia, una característica de mi personalidad, una forma de pensar, un sentimiento, una vivencia – con tanta claridad que me ha parecido una epifanía.  Ahí radica la satisfacción del oficio para mí: las sorpresas que conlleva el intento casi diario de conocerme mejor a través de la escritura.

Eso pese a que a veces no me cae bien ni él al que voy conociendo, ni el exasperante proceso de descubrimiento.  Hay días en los que me golpeo la cabeza contra la pared, aun literalmente, porque no me sale nada interesante, nada nuevo.  Soy yo el aburrido.

Del último borrador de Cumpleaños capitalista, eliminé, a efectos de concisión, la siguiente pregunta sobre Cuba: “¿Aquellos que estudian medicina o ingeniería, sabiendo de antemano que van a ganar menos que un taxista, acaban ejerciendo mejor sus oficios que aquellos que han estudiado estas carreras porque también son lucrativas?”  A largo plazo, creo que sí.  Con tan poco dinero por medio, la profesión tiene que compensarse por sí solo.  Es posible que, si me pagaran bien por mi obra, no me esforzaría tanto para llegar a estos descubrimientos que merecen tanto la pena. 

sábado, 12 de mayo de 2012

Reinvertir beneficios en la empresa

Estos días no me da tiempo para leer por placer.  Sé que hay que buscar el tiempo; así lo encontraré.  La verdad es que prefiero utilizar el poco tiempo libre que tengo para otros placeres, jugar con mis hijos, pasar un rato tranquilo con mi mujer, dormir.  Más adelante, en futuras etapas de mi vida, habrá tiempo suficiente para recrearme de nuevo en la lectura.  Cuando vengan estas etapas, tendré una experiencia más amplia en la vida real; así disfrutaré más.

Hay que decir también que, para mí, leer en español todavía no es puro placer, pues tiene su elemento de trabajo duro.  Pierdo muchos matices, por tener un vocabulario limitado, por no haberme criado en esta cultura, por estar acostumbrado a otro ritmo de sílabas y enfatizaciones, es decir otra poesía.  Sin embargo, estoy en ello, esperando que cuánto más lo haga, más fácil me resultará.

Estos días, leo por el self-improvement (auto mejoramiento).  Con tal de que lo considere trabajo, no dejaré de hacerlo.  Soy capaz de aplazar el placer, el trabajo no.  El resultado de leer como obligación es más o menos cómo lo describo en A la locura por la lectura.  Acabo terminando un libro con admiración para el autor, pero sin haber gozado verdaderamente de su obra.  Me fuerzo a terminarla con la esperanza de que reinvertirá beneficios en la empresa, que soy yo.

El trabajo de leer Manuel Chaves Nogales me pagó generosamente.  Del esfuerzo, saqué un artículo, y además tropecé con mucha sabiduría, como el artículo bien demuestra.

domingo, 29 de abril de 2012

Enfrentamiento entre campeones

Estoy convencido de que la escritura extraordinaria aparece con tan poca frecuencia en los periódicos porque los articulistas y columnistas, si escriben con emoción, no escriben con inteligencia, si escriben con inteligencia, no escriben con emoción, y en las raras ocasiones que consiguen escribir con ambas, no someten (por falta de tiempo, supongo) el resultado al minucioso escrutinio que tal choque de fuerzas opuestas requiere para que el artículo estalle en el corazón y mente de los lectores.

Para mí, escribir provoca tanto dolor (angustia) como placer (liberación de tal angustia).  Sé que he dado con un buen tema si, al empezar a darle vueltas, lo que dice mi cabeza no se corresponde con lo que dice mi corazón, aun están peleados, y para resolver la disputa, tienen que hacerse frente.  El placer radica en la resolución, el dolor en el enfrentamiento, y en quitar el exceso y verborrea de los que estas peleas se prestan.

Tomé como tema la Feria de Sevilla.  No me gusta la Feria.  Me parece superficial y presuntuosa.  Esto es lo que dice mi corazón.  Pero mi mente dice que los sevillanos, como los ciudadanos de cualquier ciudad, merecen una fiesta sólo para ellos, y aun admira que la celebren como quieren, a la escala que quieren, e invitando sólo a aquellos a los que quieren.


Al sentarme a escribir sobre el tema, la mente y el corazón saltaron a la palestra como un par de gallos y hundieron las garras en la carne del otro.  Como siempre, di un paso atrás para observar la carnicería con objetividad.  En cada combate entre estos dos púgiles empedernidos, tengo un preferido, normalmente el corazón, pero cambio de preferido varias veces a lo largo del combate, por pena, por capricho, por perversión, pero sobre todo, porque, una vez empezada la pelea, me gusta que sea bien equilibrada, y que los adversarios se muestren dignos el uno al otro.

Es normal que tengamos un preferido al empezar el combate, pero si, para no entrar en complicaciones personales y así pues dificultades de composición, dejamos que nuestro preferido arrase, nuestros artículos, aunque tengan fluidez y buenos golpes, faltarán tensión, y por lo tanto, a mi juicio, autenticidad.  Son sólo unas demostraciones de habilidad contra un sparring.

Creo que el acto de escribir debería ser un cuadrilátero para estos dos rivales eternos.  Si se entregan al máximo, peleándose hasta más no poder, el texto resultante, aunque bien cargado, no podrá evitar estar sobrado de exceso por los giros tomados a lo largo del combate.  Antes de publicarlo, tenemos que eliminar la crudeza y la brutalidad.  Tenemos que convertir la batalla en un baile.  Para conseguir esto, purgamos por la fuerza toda nuestra pasión, ya sea por un lado u otro, y empezamos a recortar con el ojo frio del esteta.

En El primo yanqui de la Feria de Abril, el corazón fue el claro ganador, pero la mente ofreció la resistencia de un gran profesional, a pesar de tener pocas posibilidades desde el principio.  La prueba radicaba en el suelo de la sala de montaje, cubierto de sobras.

sábado, 14 de abril de 2012

Humildad

Excluyendo casos excepcionales, un artículo, al publicarse en La Sevilla del guiri, ya fue escrito desde hace cuatro meses, como mínimo.  Las entradas de este blog casi igual.  Me refiero a los primeros borradores de los textos.  Voy puliéndolos mientras se acercan sus fechas de publicación. No sólo elimino y reordeno palabras, frases y párrafos.  A veces arranco las entrañas del texto e implanto unas nuevas, suturándolo todo para que no se noten las cicatrices.

Mi gran talento como articulista y blogero, si lo tengo, es mi humildad, no a la hora de hablar de mi vida o de elegir temas, sino a la hora de publicar mi obra.  En ese momento, el lector, tú, eres lo primero, mucho antes que yo.  Sé, por experiencia propia, que soy capaz de escribir un artículo o entrada avergonzadamente mala, y pensar que es competente, o aun una obra maestra.  Sólo con meses, bajan los humos lo suficientemente para que la verdad de lo escrito me salte a la vista.

Habrá lectores que piensan que el escritor verdaderamente humilde es el que deja que las imperfecciones de su obra se publiquen.  Las imperfecciones, sí.  Los errores, la torpeza, los descuidos, se van a escapar a cualquier escritor, sea lo autoexigente que sea.  Pero si se escapa a un buen escritor algo que canta de negligencia, de escribir por escribir, de cumplir sólo con el formulismo de su deber, este pierde puntos conmigo, porque está claro que no ha pensado en mí.  Si no valora tanto la calidad de su obra, vale, pero que no la publique, porque yo, sí, valoro mucho la calidad de su obra.

Mi motivo principal por escribir Semana Pagana fue para batir el récord de la cantidad de lectores atraídos al blog del guiri en un solo día, 2.989, cuando fue publicado Ni truco ni trato, un artículo explicando el verdadero sentido de la fiesta Halloween.  Pensé: “A los sevillanos les gusta que el guiri compare y contraste las fiestas estadounidenses con las suyas.  Pues, eso lo haré”.  ¿Lo ves?  Soy, como persona y escritor, capaz de caer en tal vacío de vanidad.  Decidí seguir el impulso, porque a buen hambre no hay pan duro,  y porque, tal como vida humana puede resultar de un impulso tan superficial como la lujuria, el valor de un artículo no debe de tener que ver con el valor de lo que inspiró su concepción.

La gran ventaja de escribir con antelación es poder arriesgarme.  Puedo abordar temas que, a primera vista, parecen tener pocas posibilidades de funcionar, o que, por nacer de un impulso superficial, no debería llegar a dejar huella.  Al final, Semana Pagana se metió en el corte.

domingo, 25 de marzo de 2012

Los elfos y los soldados

Cuando estudiaba en la universidad y tenía un texto todavía sin terminar, y sin saber cómo terminarlo, un ex profesor me solía decir, “Let the elves work on it” (Deja que los elfos trabajen en ello).  Quería decir que debería dejarlo a un lado durante días, semanas o incluso meses, así que, al retomarlo, sabría de inmediato lo que le hacía falta.    

No es habitual que un texto me salga del tirón.  Dependo casi siempre de los elfos.  El gurú de los géneros me salió en arranques cortos.  Escribía un párrafo o dos, me atascaba, ponía el artículo a un lado y lo olvidaba durante unos días o unas semanas, lo retomaba y escribía un par de párrafos más, etcétera, hasta que por fin lo terminé.  Los elfos nunca me decepcionaron.

Hasta cierto punto.  Aunque el artículo está trabajado, me parece faltar fluidez, como si, en cada arranque, fueran otros los elfos que fueron a mi rescate.  La fluidez importa mucho en un artículo así, porque, sin fluidez, el humor no funciona como es debido.

Uno de mis libros preferidos es Advertisements for Myself de Norman Mailer.    Recopila toda su obra significativa hasta aquel punto en su carrera como escritor (1959).  Mailer salpica la obra con pequeñas introducciones que juzgan francamente los artículos y los cuentos a continuación.  Algunas veces recomienda que los lectores se salten lo que sigue, a menos que tengan un interés específico en lo que se trata.  No tengo tantos cojones para recomendar precisamente esto, pero lo he pensado.

Mailer utilizaba otra palabra para significar elfos.  Dijo que si un escritor ha dicho a sus “soldados” que van a entrar en faena el día siguiente, y al final no los lleva a la batalla, eso los desmoralizará, y si estas malas formas llegan a ser habitual en un escritor, finalmente sus soldados le desertarán.  Siempre dirijo a mis soldados a la batalla cuando se lo he dicho.  En eso no he fallado.  Si El gurú de los géneros no arrasa, es porque el general, aunque un hombre que mantiene su palabra, no siempre maniobra con arte.


domingo, 11 de marzo de 2012

Una extraña pareja

Un escritor tiene arte si es capaz de convertir un tema simple y cotidiano en algo profundo y emocionante.  Un escritor tiene destreza si es capaz de convertir lo simple y cotidiano en algo fascinante.  Los escritores, incluso aquellos con arte, si quieren publicar con más frecuencia que de uvas a peras, tienen que contar con la destreza.

El arte sin destreza muere en la vid.  Los mejores artículos – como los mejores poemas, relatos y novelas – salen en un arranque repentino e implorante de creatividad y energía.  Pero sin la destreza, es decir sin los trucos y las reglas del oficio, la inspiración no se hace ver.  El truco principal del oficio es la paciencia.  El paso de tiempo es el gran amigo del artista a la hora de presentarse a un público, retocado y rematado hasta (o casi hasta) la saciedad.  Esto es posible sólo desde la distancia.

Muy, pero muy pocos escritores tienen arte, y a aquellos que lo tienen, no siempre les sale.  Una guasa en la manga es un ejemplo de un artículo hecho entero con trabajo y tiempo.  Tardé dos semanas, más de 40 horas en terminarlo, con la inspiración llegando a trompicones.  Tuve dos anécdotas, una la inversa de la otra.  En la primera, un hispalense confundió a mi mujer con un guiri.  En la segunda, un hispalense confundió a mi hermano con un nativo.  Al final, utilicé la primera para comentar sobre los sevillanos y su gran tendencia a cerrar filas ante lo ajeno, y la segunda para comentar sobre los yanquis y lo mucho que nos gusta adueñarse, o más bien, sentirnos dueños de lo ajeno.  Aunque todo eso me parece sencillo ahora, llegué a esta sencillez sólo después de meterme por muchas rumbas equivocadas.

El arte brota de la impulsividad, la destreza del despego.  Un artista tiene que saber casar dos fuerzas que, por naturaleza, forman una extraña pareja.

domingo, 26 de febrero de 2012

Evitando lo actual

Soy un periodista que escribe para que su obra sea inmortal, no actual.  Si esta admisión te parece engreída, te contesto que los verdaderos engreídos son aquellos que piensan que pueden comentar e incluso filosofar sobre algo tan efímero, escurridizo y misterioso como el presente.  Es mucho más humilde, para no decir útil, escribir sobre lo que siempre ha sido y siempre será.

En mis artículos, intento no incluir los nombres de políticos, de personajes de moda, de atletas, de programas de televisión, o de películas o libros recientes.  Hago excepciones cuando creo que una persona u obra actual estará, o debería estar, viva para siempre.  El poco brillo que aportarían las etiquetas de actualidad a mis artículos no compensaría la poca caducidad que también aportarían.

Mi padre, que me enseñó lo que es ser un verdadero periodista (y por lo tanto un verdadero escritor), decía que para asegurar que su obra fuera fiel a la realidad, más contaba con el relato de los curas y los policías (de la calle, por supuesto), y menos contaba con la retórica de los políticos y las celebridades.  Claro, los curas y los policías de la calle tratan diariamente y abiertamente con la vida y la muerte, el bien y el mal, mientras las celebridades tratan de evitar la vida y la muerte, y los políticos juegan con el bien y el mal para que les beneficien.

La gente se divierte y se emociona con lo que hace furor.  Sin duda,  los políticos y las celebridades hacen furor, pero escribir sobre ellos es informar de un baile de tontos y vanidosos en un tinte que al secar se hace invisible.

En Casting para artistas, el haber mencionado Steven Spielberg, Stephen King, Pixar, Los Sopranos, Los Simpsons y Almodóvar cuadra con mis objetivos de escribir para todos los tiempos.   Sólo la mención de los premios Goya me hizo dudar.

domingo, 12 de febrero de 2012

Trabajo y placer

En ¿Adicción o afición al trabajo?, he escrito que el oficio de escribir “me engancha hasta tal punto que sueño con pasar todas mis vacaciones en una casa con vistas al mar, escribiendo durante ocho o más horas al día, los fines de semana incluidos”.

Escribir fue mero trabajo para mí cuando fui reportero.  Tenía encargos y tenía que escribirlos según la pauta enseñada.  No menosprecio la capacidad de escribir según una pauta.  No es tan fácil como parece.  Basta con leer a cualquier periódico, incluso los mejores, para comprobar que muchos escritores profesionales todavía no han conseguido asimilar lo rudimentario de su profesión.  De todas formas, escribir cómo lo enseñan las escuelas de periodismo, eso es sólo un ejercicio para un verdadero escritor, parte de su aprendizaje.

Un escritor llega a tomar placer profundo en su trabajo sólo al matar todas las pautas y reglas.  Si alguien me está obligando a escribir una cantidad específica de palabras, o sobre un asunto encargado, o todos los días, o con una fecha límite, o según un sesgo político, moral o artístico, o haciendo uso siempre del mismo estilo, eso, sí, es mero trabajo.  Siento placer siempre y cuando esté libre.  Escribo precisamente para sentirme libre.

Cuando era profesor de Redacción, para que mis alumnos disfrutaran de sentirse libre a la hora de escribir, y, al mismo tiempo, para que entendieran que escribir así tiene un rigor propio y exigentísimo, decía, “Para la semana que viene, escribid sobre algo que os ha emocionado.  Hay un solo requisito inflexible: no podéis aburrirme.  Aquellos que me aburran, tendrán que escribirlo de nuevo”.

Defino el mero trabajo como el que me limita, y por tanto el que acaba aburriéndome.  Defino el placer como el que me emociona, o al menos el que me fascina, sin fecha de caducidad.  Cada vez que me siento para escribir, me propongo el mismo criterio que proponía a mis alumnos.  Con tal de que me aburra antes que mis lectores – que sea siempre así – el criterio no me traicionará.

domingo, 29 de enero de 2012

Ojos de asombro

Como escritor en ciernes, me aconsejaron, “Sé tu mismo”.  ¡Disparates!  Primero uno tiene que conocerse a sí mismo, un proyecto que dura toda la vida.  El consejo más útil habría sido, “Encuentra ti mismo”.  Eso, sí, es factible.  A la hora de escribir sobre mi vida, reflexiono sobre mí, y eso me ayuda a conocerme, y así a ser yo mismo, supongo, pero si he de seros franco, ¡qué alivio poder contar con mi mujer para sustituirme a veces como protagonista!  A partir de Dos guiris por uno, cuento con mi hermano también.

Tal artículo y los cuatro otros venideros que giran en torno a él, me han permitido hilar muchas anécdotas, cada una teñida, y por lo tanto enriquecida, por su personalidad y ser.  He escrito que su visita “me devolvió mis ojos de asombro”.  Es precisamente eso lo que debería hacer el periodismo, o la escritura en general, para los lectores.  A mi juicio, cuánto más asombrosa se vea una ciudad, o lo que sea, más nos acercamos a la verdad.

Mi hijo de dos años se emociona al ver una mosca.  En una ocasión, una muchacha le vio emocionarse, y exclamó: “¡Es como si nunca hubiera visto una mosca en su vida!”.  Pues había visto pocas.  Para los demás, una mosca es una molestia, para mi hijo es todavía un milagro.  En puridad, a mi hijo le asiste la razón.

Supongo que el gran reto para un escritor es llegar a ver a sí mismo con ojos de asombro.

domingo, 22 de enero de 2012

Hay que cortar el flujo

Cada uno de los Articulitos serviría como una entrada de un blog personal.  Todos son pequeñas anécdotas.  Cada uno dice menos que un artículo entero, porque es más corto, no porque la materia o las ideas no estén a la altura de lo que intento conseguir en un artículo, o porque he trabajado menos en plasmar y pulirlas.

La manía que tienen muchos blogueros de escribir cada o casi cada día, socava la calidad de sus blogs.  Escriben porque sienten la obligación de escribir, pasando por alto lo difícil que es escribir con autoridad, sobre todo si uno escribe corto.  Un escritor que intente, con su blog, algo próximo a la literatura debería darse cuenta de que los lectores que verdaderamente aman la literatura – su pureza, intensidad y altas exigencias – van a mosquear con el hablar por hablar.

Para muchos blogueros que también escriben en otros géneros, sus blogs son algo extra, los niños no deseados de su obra.  Al leerlos se nota que les duelen gastar el poco tiempo y energía creativa que gasten en ello.  Sólo se emocionan cuando quieren promocionar una obra suya, o para dirigirnos a un enlace que favorece sus intereses.  El resultado da vergüenza ajena.

Otro tipo de bloguero con pretensiones literarias toma en serio el género hasta cierto punto, pero no tanto como la poesía, el relato, o la novela.  El blog ha reemplazado el periodismo (en el que incluyo las reseñas) como último mojón de los géneros literarios.  Los escritores que escriben sus blogs o su periodismo sin esmero, no salen ilesos.  Cada vez que publican un texto mediocre, hacen daño a su capacidad de distinguir, en su propia obra, entre lo excepcional y lo meramente bueno. 

Para evitar caer en las trampas que pone un blog a un escritor, me atengo a dos reglas personales: publicar una vez a la semana como mucho, y no divagar del tema de escribir.  Si me pusiera a escribir una suerte de dietario, incluyendo pensamientos, ocurrencias y revelaciones aleatorias, con el único hilo común siendo el pie de autor, fracasaría estrepitosamente.  Sin un enfoque nítido y límites rigorosos para frenarme, mi voz perdería su fuerza, como una corriente palpitante que convierte en un reguero al desembocar en la tubería general.

domingo, 15 de enero de 2012

Matando las vidas posibles

Viví tantos años en la soltería empedernida, trabajando a tiempo parcial, escribiendo entre 8 a 10 horas al día, y después leyendo, viendo películas, hablando con mis amigos que también eran escritores.

Hoy por hoy es otra historia.  Tengo tiempo para escribir tan sólo si organizo bien los días.  Leo poco además del periódico.  Sólo veo cine infantil.  Menos mal que la gran mayoría de mis amigos viven fuera, porque no sé cómo me daría tiempo para verlos.

Cuando no escribo, cuido a mis hijos o imparto clases de inglés.  El primero me extenúa físicamente, psicológicamente y mentalmente.  El segundo sólo mentalmente.  El primero me está haciendo hombre, el segundo me pone en las casas y oficinas de los demás.  Ambos me sirven para que mi mente consciente se aleje de mi escritura cuando no estoy en ella.  Vuelvo a mis proyectos, cansado, sí, pero ligeramente cambiado, con una pizca más experiencia en la vida, pues así soy más capaz de matar lo falso en mi obra.

Durante muchos años, me conservé, me retiré de la vida para disponer de más tiempo y fuerza, no sólo para escribir, sino para sumergirme en las artes y en los otros placeres.  Más que años de preparación, los veo como años para ganar tiempo, para hartarme de lo dulce, para armarme del valor necesario para por fin entrar en liza.

Antes meditaba mucho sobre mis vidas posibles, sobre lo que quizás podría llegar a ser al comprometerme a un camino.  Echo de menos aquellas vidas posibles como echo de menos sueños bonitos.  Las maté en un momento de sangre fría.  Cogí un camino, y sigo en ello, sin reservas.  En el bio de éste blog, escribí que “he encontrado mi voz como escritor. . . gracias a haber encontrado en Sevilla una vida lo suficientemente repleta para exprimir el mejor zumo que hasta ahora ha sido posible de sacar de mí”.  Sólo al matar mis vidas posibles, empecé a dar al lector algo para gustar o disgustar.

Antes de despedir la emisión, os brindo un remate eliminado de Lo que nos hace especiales: “Que Dios me salve de tocar la lotería.  Si por mí fuera, si pudiera, dedicaría todas las horas que paso despierto doblegado sobre mis libros, escribiendo para gente igual de asocial que yo”.

domingo, 8 de enero de 2012

El bien que por mal ha venido

Me gustaría vivir bien apartado de los demás.  Con buenos libros, buenas películas, la blogosfera, invitados cultos, educados e íntimos, no me aburriría.  Estaría más en paz con la humanidad, por no haber que vivir el día a día con sus tonterías, rarezas y feos. 

Viviendo en la periferia populosa de Sevilla, con la necesidad de salir cada día, los enfados de la gente, su agobio, su amargura, sus insultos, causan impacto en mí, aunque no estén dirigidos a mí.  Los malos espíritus me invaden, me contaminan.

Pero si viviera apartado, también me privaría de los pequeños detalles de extraños, la bondad y amabilidad que surgen de aquellos a los que, en otras ocasiones, he visto enfadados, agobiados, amargados e insultantes.  El lado bueno y el lado malo compartiendo el mismo escenario, luchando el uno con el otro por tomar posesión de los mismos personajes, de las mismas almas, me hacen ver que yo no soy el único Doctor Jekyll perseguido por su Señor Hyde.

En No te recomiendo la suite de lujo, escribí que “en mi ala [de Sevilla]. . . las cortinas y las paredes son finísimas. . . .  La miseria, como todo, no se puede esconder”.  Me conformo con vivir apiñado con los demás porque, si quiero seguir escribiendo, y siguen pagándome lo que me pagan por escribir, no hay otra manera, que yo conozca, de llegar, con una mujer y dos niños, dignamente a fin de mes.

No me quejo.  Me viene bien vivir sin todas las comodidades que me antojan.  Escribo con más desenfreno.  Pasar sin mi torre de marfil me abre los ojos no sólo a la realidad en sí, sino a la realidad en mí.

domingo, 1 de enero de 2012

En defensa de la anécdota

Relatar la cotidianidad, la actualidad o la realidad es fútil sin la anécdota.  De todas formas, los periódicos prefieren informarnos con los sucesos y los reportajes en vez de con las anécdotas y las crónicas.  Nos ofrecen los hechos, y algunos comentarios sobre los hechos, pese a que los hechos, como los nombres y las fechas en un libro de historia, sólo nos dan la ilusión de conocimiento.

Como lector, quiero saber el quién más allá de unos nombres, el por qué más rotundo que un solo motivo, el qué previo y posterior al resultado, y el dónde y el cuándo ambientados.  Como periodista, escribo para lectores como yo.

Lo innegable es que es más difícil averiguar, verificar y contar una anécdota que un suceso, principalmente porque una anécdota se compone de varios sucesos, cuyo objetivo es comunicar una idea o un sentimiento.  Para hacer mi trabajo factible, escribo sobre mí, la vida que llevo.  Así, averiguar se reduce a andar y fijar, y verificar se reduce a ser honesto y franco.  Mi gran reto radica en el contar, el lado del oficio que más ilusión me da.

En Tienes que estar allí, entretejí algunas anécdotas para llegar a la conclusión que, aun con las anécdotas, no podemos lograr comunicar la realidad a todos.  Precisar quién no es capaz de entender qué realidad, es comunicar algo.  Esto era mi objetivo modesto.  Mi objetivo menos modesto era hacer palpable el patriotismo de mis paisanos a lectores que no lo conocieran de primera mano.  Más vale fallar en comunicar lo incomunicable que conformarme con comunicar solos los hechos.