lunes, 31 de octubre de 2011

A por el panteón

En Ni truco ni trato, evalué a Carlos Colón como, “normalmente un columnista atinado, y, considerando la frecuencia con la que escribe, magistral”.  ¿Pienso que Colón sacaría mejores artículos, si escribiera con menos frecuencia?  Es posible que no.  El hecho de tener que producir tal número de palabras cada día, puede ser exactamente lo que mantenga su mente fructífera y aguda.  Sin embargo, su filosofía creativa sobre la escritura parece ser lo contrario de la mía: yo mato a mis queridos, él da carta blanca a los suyos.

Colón es sobrado de pasiones además de ser un verdadero intelectual.  Casi diariamente le sale un artículo escrito con claridad y emoción.  De vez en cuando, le sale una obra maestra.  Pero se repite, y a veces saca conclusiones dudosas a base de analizar asuntos y sucesos que sólo conoce a través de las noticias.  Caer en semejantes errores es inevitable para un periodista que trabaja bajo la presión de producir cada día, que escribe más para la actualidad que para la inmortalidad.

Con tantas generaciones de escritores buenos, con tanto no sólo ya escrito, sino bien escrito, para tener la más mínima posibilidad de dejar la más pequeña huella en la así llamado panteón, ya sea internacional, nacional o regional, un escritor tiene que matar a sus queridos con insensible y rigurosa eficacia.  Yo prefiero eliminar despiadadamente desde el principio; Colón no.  Remacha sus temas preferidos una y otra vez, buscando, como cualquier escritor que se precie, la perfección, pero, a diferencia de mí, publicando los borradores que le empujen a la perfección.  No sé cual forma da más fruto a fin de cuentas, al hacerse la cosecha.

sábado, 15 de octubre de 2011

Una herencia cultural en acción

Estados Unidos es la tierra prometida si vives para la comodidad.  Si vives para tener tiempo libre, como yo, hay que buscar tu Jerusalén en otra parte.

Hace seis años era profesor de redacción en la Universidad de Nueva York, con posibilidades de conseguir titularidad.  Lo dejé porque un puesto así, cómodo y para toda la vida, habría significado que mi escritura ocupara un segundo plano muy distante con respeto a un trabajo que no me diera ilusión.  Al llegar a Sevilla, me daba igual ganar por horas un quinto de lo que había ganado como profesor en EE.UU.  Me daba igual vivir, un hombre con casi 40 años, en una habitación alquilada con cinco compañeros de piso, la mayoría estudiantes.  Podía soportar no tener familia a este lado del Atlántico, ni amigos íntimos, ni intimidad en casa, y pocas posibilidades de recibir visitas.  Podía soportar todo eso porque había conseguido lo que realmente quería, tiempo libre para llevar una vida a mi amor.

Sigo estando aquí para vivir de una manera imposible para alguien de la clase media estadounidense que vive en su propio país: criando a mis hijos a tiempo completo, y trabajando a tiempo parcial, y mi mujer haciendo lo mismo.  Si mi objetivo fuera complacer mi ego, mi orgullo, y mi lado más comodón (tres queridos a los que tengo que matar una y otra vez hasta la saciedad), estaría todavía donde estuvo, un vivo muerto, con expectativas de ascender.  Eso es lo que quería decir en ¿Qué dejo y con qué me quedo? cuando escribí que admiro y intento emular “lo intrépidos que son mis compatriotas a la hora de arriesgarse, de abrirse camino, de hacerse a sí mismos, de crear y de amar.  Estoy aquí en Sevilla, llevando exactamente la vida que quiero, gracias a esta herencia cultural”.

sábado, 8 de octubre de 2011

Escribir no es destacar en un cóctel

La gran mayoría de los queridos matados de mis artículos han sido principios y finales.  Es al empezar o terminar un artículo que me siento más presionado para impresionar a mis lectores.  No trabajo bien cuando estoy bajo presión ni cuando tengo que impresionar.

Tomemos la manera en la que iba a empezar Vitaminas para la objetividad:

“Mi mujer siempre me dice lo mismo al acabar de almorzar en mi país: <<Justo cuando abre el apetito, dejamos de comer>>.

Ojalá mis lectores sintieran lo mismo cuando dejé de escribir La Sevilla del guiri hace 10 meses”.

Eso no es un comienzo, sino una ocurrencia aislada, la especie de comentario que me sale al querer hacer una gracia en un cóctel.  La anécdota que fue en su lugar, la de las cucarachas, es un comienzo de verdad.  Tiene que ver con mi tema principal, y por lo tanto comunica, creo, una guasa más mordaz.

Tanto en la vida como en la escritura, cuando lo gracioso, lo provocativo y lo llamativo no sirva para conseguir un fin más elevado, hay que matarlo.

Recuerdo a mi padre, mi primer y mejor editor, cuando le mostró uno de mis primeros intentos a periodismo.

Después de leerlo, me dijo, “¿Qué es lo que quieres decir?”


Lo expliqué, y me devolvió mis queridas páginas, “Ahora escribes un artículo sobre eso”.


Me había preocupado tanto en dármelas de listo, que me olvidé del objetivo: comunicar mi idea.

lunes, 3 de octubre de 2011

Los pirados me han descubierto

Un escritor como yo – que posee un estilo directo, clásico, y que está aficionado de Hemingway, Fitzgerald, Salinger, Carver, Kerouac y The New Yorker – está lejos de estar de moda en mi país.  Soy lo contrario de lo exótico.  Los editoriales y los lectores estadounidenses cultos quieren voces nuevas, de tierras lejanas.  Para que una obra mía salga a la luz con todo el apoyo de un editorial, además de tener que ser una obra excepcional, yo tendría que tener un montón de suerte y aun más enchufes.  Como consecuencia de la ola de multiculturalismo en mi país, muchos escritores, tanto meritorios como no, beneficiaron, y muchos otros, tanto meritorios como no, siguen esperando en balde su gran oportunidad de triunfar o de fracasar.

Da la casualidad que ahora en Sevilla, como americano escribiendo en castellano, soy yo el que está cosechando los beneficios de ser el exótico.  Sin lugar de dudas, he conseguido mi espacio en El Diario de Sevilla tanto por la calidad de mi obra como por mi perspectiva novedosa.  Una serie de artículos desde la perspectiva de un bético, sevillista o cofrade acérrimo, por muy bien escrita que sea, va a tenerlo mucho más difícil que yo de encontrar en Sevilla un foro establecido para publicarse.  En pocas palabras, siendo neoyorquino es mi entrada como escritor en la fiesta hispalense y quizás incluso en la española.

El aspecto negativo de tenerlo relativamente fácil a la hora de abrirme paso es que los pirados rencorosos son más propensos a arremeter contra mí.  Mira lo que uno que se llama El Gran Surmano, al meterse con las escuelas de escritores, dice de mí como miembro de la facultad de Escribes:

“una búsqueda en google no resulta en ninguna confirmación de su currículum, que empieza a parecer su verdadera obra maestro de ficción.”

“a pesar de tan formidables credenciales, actualmente vive en Sevilla y se gana la vida enseñando inglés, escribiendo en su tiempo libre”.

En resumen, porque soy un neoyorquino que quiere vivir, escribir y ser profesor en Sevilla en vez de mi ciudad y país nativo, soy un farsante.

Lo veo como buena señal que los pirados están poniendo en duda mis credenciales.  Significa que estoy “on the map” (en el mapa), una locución mal traducida en mi diccionario como “dado a conocer”.