domingo, 16 de septiembre de 2012

No tragarse el humo

Los artistas, en su gran mayoría, empeoran con el éxito.  Producen su mejor obra antes, no después.  Crear en un vacío, sin saber si alguna vez la obra verá la luz, aunque eso no es nada alentador, a veces es precisamente lo que proporciona a los artistas la chispa necesaria para crear arte.

Parece que la personalidad, y aún el alma de los artistas, se saltan a la vista, o al oído, cuando están aislados y apartados sin querer, y están gritando al cielo para que los tengamos en cuenta.  Al conseguir un público, pierden un gran motivo por crear.  Ganan otro, es cierto – el no querer decepcionar a este público – pero tan puro como el perdido no lo es.

Durante más de 20 años, escribí en un vacío.  Sólo mis amigos y mi familia, todos escritores también, leyeron mi obra, para ayudarme mejorarla.  Este aprendizaje de valor incalculable ha resultado, creo, en un premio, La Sevilla del guiri.  Mucho éxito no es, pero es lo suficiente para alterarme.

De repente tengo que tratar con las estadísticas de mi blog, a los que acudo casi cada día como un adicto.  Hay el número de lectores atraídos por cada post, el número de comentarios que ha provocado, y claro los comentarios en sí – los ánimos, insultos, aclaraciones, malentendidos, corroboraciones y discrepancias.

Los ánimos me afectan por el bien, siempre que no los vea como elogios.  No hay nada más peligroso para un artista que los elogios.  Son el verdugo de las inquietudes, tranquilizan las dudas necesarias para comunicar con contundencia.

James Saltar, uno de los únicos escritores estadounidenses, que yo conozca, que han mejorado con el tiempo, fue tan amable contestarme, cuando hace 10 años, le escribí una carta de admirador.  Con referencia a mi idolatría, incluyó una frase que nunca olvidaré: “I took pains not to inhale” (Puse mucho empeño en no tragarme el humo).  Un humo tan poderoso como perjudicial.

Sigue siendo el vacío – ahora como amenaza, siempre acechándome – que me inspira más que cualquier otra cosa, salvo Dios.  Al final del año pasado, la dirección del periódico me dijo que a partir de febrero, La Sevilla del guiri sería publicada un sábado sí y otro no, en vez de cada sábado.  Tendría que compartir con otro escritor el espacio que pensé que yo había ganado con trabajo y talento.  Me di cuenta de que no podría confiarme.  Un día podría estar escribiendo de nuevo en un vacío.

Apología del patriotismo es el primero artículo que escribí después de que me informaron del cambio.  Al escribirlo, me sentí aislado, apartado, purificado.

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