domingo, 22 de julio de 2012

Una sola cosa

“Con cada artículo, un escritor no debería intentar comunicar más de una sola cosa”, solía decir mi padre.

Al limitarnos a comunicar una sola cosa, así se recortan los ejemplos y la experiencia propia que vienen al caso.  Cuánto menos de esta materia prima haya, mejor.  Así no nos queda más remedio que plasmarla con esmero, minuciosidad y emoción.  Así damos a conocer ideas, opiniones y creencias de las que, con más materia prima, ni siquiera habíamos sido conscientes.  Este más que surte del menos es quizás la más grata contradicción inherente del oficio. 

Quería escribir algo sobre un viaje de diez días que hice con mi familia a Londres.  Lo difícil fue dar con la “una sola cosa”.  Para mí, los sentimientos de culpabilidad e inseguridad, aunque me abruman en mis tratos con los demás, a veces paralizándome, son mis grandes amigos a la hora de escribir.  Componen la locura que da mi escritura personalidad y miga.

Londres, una lección a la última resultó ser un artículo sobre un encadenamiento de circunstancias, producto de no vivir de acuerdo con mis principios, todo en tono “taking the piss”, como dicen los ingleses.  Los dos o tres párrafos que tratan lo diverso e integrado que es Londres en comparación con Sevilla y Nueva York, surgieron por sí solos al querer describir bien la escena y poner al lector en contexto sobre nuestro anfitrión.  Aunque son unas observaciones secundarias, puedan ser las que más interesan a algunos lectores, especialmente a aquellos sin sentido (escatológico) de humor.

Tomemos esta entrada.  Me ocupé en aclarar una sola cosa: los beneficios de limitarnos a comunicar una sola cosa.  Sin embargo la aclaración, dicha de paso, sobre cómo los sentimientos de culpabilidad e inseguridad figuran en mi obra es la que más me ha valido la pena.

domingo, 8 de julio de 2012

Pese a cómo soy

Al leer Abuelos guardaniños y guardavalores, algunos padres pensarán que les acuso de no cumplir con su deber.  Que Dios me libre de amortiguar el golpe de palabras escritas sinceramente y en buena fe.  De todas formas, debería hacer una confesión:

Entiendo por qué una persona, después de tantos años de preparación para una carrera profesional, dudaría en dejar esta profesión a un lado, quizás para siempre, para volcarse en criar a sus niños pequeños.  Mi gran suerte como escritor es que, si quiero ser fiel a mi vocación para ser artista, tengo que dedicar la mayoría de mi tiempo y energía a otras cosas.  El trabajo de un artista consiste, como cualquier trabajo, en entender y poner en práctica una serie de técnicas, normas y habilidades, pero esto es la parte menor.  Lo principal es entenderse a sí mismo.  Criar a mis hijos, me ayuda precisamente a hacer esto.  Me permite ver, con una claridad que nunca antes he conocido, todos mis defectos y virtudes importantes, y todas mis aptitudes y carencias importantes.  Sin este conocimiento, escribiría peor, menos convincentemente, sobre el asunto que sea.

La gran mayoría de las profesiones no la podemos llevar a cabo si paramos a recrearnos o/y sufrir todos los momentos auténticos y emocionantes de la vida.  Todo lo contrario.  Hay que pasarlos por alto para poder centrarnos en la tarea.  Como artista aspirante, no tengo que elegir entre el uno (el trabajo, la carrera, la productividad) o el otro (la familia, el amor, la profundidad): para mí, el uno es el otro.  Dedico tanto tiempo a la crianza de mis niños pequeños con la intención de hacerme un hombre más competente, completo y sabio, pero con un motivo egoísta: quiero crear arte.  He encontrado el buen camino, pese a cómo soy.