domingo, 26 de febrero de 2012

Evitando lo actual

Soy un periodista que escribe para que su obra sea inmortal, no actual.  Si esta admisión te parece engreída, te contesto que los verdaderos engreídos son aquellos que piensan que pueden comentar e incluso filosofar sobre algo tan efímero, escurridizo y misterioso como el presente.  Es mucho más humilde, para no decir útil, escribir sobre lo que siempre ha sido y siempre será.

En mis artículos, intento no incluir los nombres de políticos, de personajes de moda, de atletas, de programas de televisión, o de películas o libros recientes.  Hago excepciones cuando creo que una persona u obra actual estará, o debería estar, viva para siempre.  El poco brillo que aportarían las etiquetas de actualidad a mis artículos no compensaría la poca caducidad que también aportarían.

Mi padre, que me enseñó lo que es ser un verdadero periodista (y por lo tanto un verdadero escritor), decía que para asegurar que su obra fuera fiel a la realidad, más contaba con el relato de los curas y los policías (de la calle, por supuesto), y menos contaba con la retórica de los políticos y las celebridades.  Claro, los curas y los policías de la calle tratan diariamente y abiertamente con la vida y la muerte, el bien y el mal, mientras las celebridades tratan de evitar la vida y la muerte, y los políticos juegan con el bien y el mal para que les beneficien.

La gente se divierte y se emociona con lo que hace furor.  Sin duda,  los políticos y las celebridades hacen furor, pero escribir sobre ellos es informar de un baile de tontos y vanidosos en un tinte que al secar se hace invisible.

En Casting para artistas, el haber mencionado Steven Spielberg, Stephen King, Pixar, Los Sopranos, Los Simpsons y Almodóvar cuadra con mis objetivos de escribir para todos los tiempos.   Sólo la mención de los premios Goya me hizo dudar.

domingo, 12 de febrero de 2012

Trabajo y placer

En ¿Adicción o afición al trabajo?, he escrito que el oficio de escribir “me engancha hasta tal punto que sueño con pasar todas mis vacaciones en una casa con vistas al mar, escribiendo durante ocho o más horas al día, los fines de semana incluidos”.

Escribir fue mero trabajo para mí cuando fui reportero.  Tenía encargos y tenía que escribirlos según la pauta enseñada.  No menosprecio la capacidad de escribir según una pauta.  No es tan fácil como parece.  Basta con leer a cualquier periódico, incluso los mejores, para comprobar que muchos escritores profesionales todavía no han conseguido asimilar lo rudimentario de su profesión.  De todas formas, escribir cómo lo enseñan las escuelas de periodismo, eso es sólo un ejercicio para un verdadero escritor, parte de su aprendizaje.

Un escritor llega a tomar placer profundo en su trabajo sólo al matar todas las pautas y reglas.  Si alguien me está obligando a escribir una cantidad específica de palabras, o sobre un asunto encargado, o todos los días, o con una fecha límite, o según un sesgo político, moral o artístico, o haciendo uso siempre del mismo estilo, eso, sí, es mero trabajo.  Siento placer siempre y cuando esté libre.  Escribo precisamente para sentirme libre.

Cuando era profesor de Redacción, para que mis alumnos disfrutaran de sentirse libre a la hora de escribir, y, al mismo tiempo, para que entendieran que escribir así tiene un rigor propio y exigentísimo, decía, “Para la semana que viene, escribid sobre algo que os ha emocionado.  Hay un solo requisito inflexible: no podéis aburrirme.  Aquellos que me aburran, tendrán que escribirlo de nuevo”.

Defino el mero trabajo como el que me limita, y por tanto el que acaba aburriéndome.  Defino el placer como el que me emociona, o al menos el que me fascina, sin fecha de caducidad.  Cada vez que me siento para escribir, me propongo el mismo criterio que proponía a mis alumnos.  Con tal de que me aburra antes que mis lectores – que sea siempre así – el criterio no me traicionará.