domingo, 29 de enero de 2012

Ojos de asombro

Como escritor en ciernes, me aconsejaron, “Sé tu mismo”.  ¡Disparates!  Primero uno tiene que conocerse a sí mismo, un proyecto que dura toda la vida.  El consejo más útil habría sido, “Encuentra ti mismo”.  Eso, sí, es factible.  A la hora de escribir sobre mi vida, reflexiono sobre mí, y eso me ayuda a conocerme, y así a ser yo mismo, supongo, pero si he de seros franco, ¡qué alivio poder contar con mi mujer para sustituirme a veces como protagonista!  A partir de Dos guiris por uno, cuento con mi hermano también.

Tal artículo y los cuatro otros venideros que giran en torno a él, me han permitido hilar muchas anécdotas, cada una teñida, y por lo tanto enriquecida, por su personalidad y ser.  He escrito que su visita “me devolvió mis ojos de asombro”.  Es precisamente eso lo que debería hacer el periodismo, o la escritura en general, para los lectores.  A mi juicio, cuánto más asombrosa se vea una ciudad, o lo que sea, más nos acercamos a la verdad.

Mi hijo de dos años se emociona al ver una mosca.  En una ocasión, una muchacha le vio emocionarse, y exclamó: “¡Es como si nunca hubiera visto una mosca en su vida!”.  Pues había visto pocas.  Para los demás, una mosca es una molestia, para mi hijo es todavía un milagro.  En puridad, a mi hijo le asiste la razón.

Supongo que el gran reto para un escritor es llegar a ver a sí mismo con ojos de asombro.

domingo, 22 de enero de 2012

Hay que cortar el flujo

Cada uno de los Articulitos serviría como una entrada de un blog personal.  Todos son pequeñas anécdotas.  Cada uno dice menos que un artículo entero, porque es más corto, no porque la materia o las ideas no estén a la altura de lo que intento conseguir en un artículo, o porque he trabajado menos en plasmar y pulirlas.

La manía que tienen muchos blogueros de escribir cada o casi cada día, socava la calidad de sus blogs.  Escriben porque sienten la obligación de escribir, pasando por alto lo difícil que es escribir con autoridad, sobre todo si uno escribe corto.  Un escritor que intente, con su blog, algo próximo a la literatura debería darse cuenta de que los lectores que verdaderamente aman la literatura – su pureza, intensidad y altas exigencias – van a mosquear con el hablar por hablar.

Para muchos blogueros que también escriben en otros géneros, sus blogs son algo extra, los niños no deseados de su obra.  Al leerlos se nota que les duelen gastar el poco tiempo y energía creativa que gasten en ello.  Sólo se emocionan cuando quieren promocionar una obra suya, o para dirigirnos a un enlace que favorece sus intereses.  El resultado da vergüenza ajena.

Otro tipo de bloguero con pretensiones literarias toma en serio el género hasta cierto punto, pero no tanto como la poesía, el relato, o la novela.  El blog ha reemplazado el periodismo (en el que incluyo las reseñas) como último mojón de los géneros literarios.  Los escritores que escriben sus blogs o su periodismo sin esmero, no salen ilesos.  Cada vez que publican un texto mediocre, hacen daño a su capacidad de distinguir, en su propia obra, entre lo excepcional y lo meramente bueno. 

Para evitar caer en las trampas que pone un blog a un escritor, me atengo a dos reglas personales: publicar una vez a la semana como mucho, y no divagar del tema de escribir.  Si me pusiera a escribir una suerte de dietario, incluyendo pensamientos, ocurrencias y revelaciones aleatorias, con el único hilo común siendo el pie de autor, fracasaría estrepitosamente.  Sin un enfoque nítido y límites rigorosos para frenarme, mi voz perdería su fuerza, como una corriente palpitante que convierte en un reguero al desembocar en la tubería general.

domingo, 15 de enero de 2012

Matando las vidas posibles

Viví tantos años en la soltería empedernida, trabajando a tiempo parcial, escribiendo entre 8 a 10 horas al día, y después leyendo, viendo películas, hablando con mis amigos que también eran escritores.

Hoy por hoy es otra historia.  Tengo tiempo para escribir tan sólo si organizo bien los días.  Leo poco además del periódico.  Sólo veo cine infantil.  Menos mal que la gran mayoría de mis amigos viven fuera, porque no sé cómo me daría tiempo para verlos.

Cuando no escribo, cuido a mis hijos o imparto clases de inglés.  El primero me extenúa físicamente, psicológicamente y mentalmente.  El segundo sólo mentalmente.  El primero me está haciendo hombre, el segundo me pone en las casas y oficinas de los demás.  Ambos me sirven para que mi mente consciente se aleje de mi escritura cuando no estoy en ella.  Vuelvo a mis proyectos, cansado, sí, pero ligeramente cambiado, con una pizca más experiencia en la vida, pues así soy más capaz de matar lo falso en mi obra.

Durante muchos años, me conservé, me retiré de la vida para disponer de más tiempo y fuerza, no sólo para escribir, sino para sumergirme en las artes y en los otros placeres.  Más que años de preparación, los veo como años para ganar tiempo, para hartarme de lo dulce, para armarme del valor necesario para por fin entrar en liza.

Antes meditaba mucho sobre mis vidas posibles, sobre lo que quizás podría llegar a ser al comprometerme a un camino.  Echo de menos aquellas vidas posibles como echo de menos sueños bonitos.  Las maté en un momento de sangre fría.  Cogí un camino, y sigo en ello, sin reservas.  En el bio de éste blog, escribí que “he encontrado mi voz como escritor. . . gracias a haber encontrado en Sevilla una vida lo suficientemente repleta para exprimir el mejor zumo que hasta ahora ha sido posible de sacar de mí”.  Sólo al matar mis vidas posibles, empecé a dar al lector algo para gustar o disgustar.

Antes de despedir la emisión, os brindo un remate eliminado de Lo que nos hace especiales: “Que Dios me salve de tocar la lotería.  Si por mí fuera, si pudiera, dedicaría todas las horas que paso despierto doblegado sobre mis libros, escribiendo para gente igual de asocial que yo”.

domingo, 8 de enero de 2012

El bien que por mal ha venido

Me gustaría vivir bien apartado de los demás.  Con buenos libros, buenas películas, la blogosfera, invitados cultos, educados e íntimos, no me aburriría.  Estaría más en paz con la humanidad, por no haber que vivir el día a día con sus tonterías, rarezas y feos. 

Viviendo en la periferia populosa de Sevilla, con la necesidad de salir cada día, los enfados de la gente, su agobio, su amargura, sus insultos, causan impacto en mí, aunque no estén dirigidos a mí.  Los malos espíritus me invaden, me contaminan.

Pero si viviera apartado, también me privaría de los pequeños detalles de extraños, la bondad y amabilidad que surgen de aquellos a los que, en otras ocasiones, he visto enfadados, agobiados, amargados e insultantes.  El lado bueno y el lado malo compartiendo el mismo escenario, luchando el uno con el otro por tomar posesión de los mismos personajes, de las mismas almas, me hacen ver que yo no soy el único Doctor Jekyll perseguido por su Señor Hyde.

En No te recomiendo la suite de lujo, escribí que “en mi ala [de Sevilla]. . . las cortinas y las paredes son finísimas. . . .  La miseria, como todo, no se puede esconder”.  Me conformo con vivir apiñado con los demás porque, si quiero seguir escribiendo, y siguen pagándome lo que me pagan por escribir, no hay otra manera, que yo conozca, de llegar, con una mujer y dos niños, dignamente a fin de mes.

No me quejo.  Me viene bien vivir sin todas las comodidades que me antojan.  Escribo con más desenfreno.  Pasar sin mi torre de marfil me abre los ojos no sólo a la realidad en sí, sino a la realidad en mí.

domingo, 1 de enero de 2012

En defensa de la anécdota

Relatar la cotidianidad, la actualidad o la realidad es fútil sin la anécdota.  De todas formas, los periódicos prefieren informarnos con los sucesos y los reportajes en vez de con las anécdotas y las crónicas.  Nos ofrecen los hechos, y algunos comentarios sobre los hechos, pese a que los hechos, como los nombres y las fechas en un libro de historia, sólo nos dan la ilusión de conocimiento.

Como lector, quiero saber el quién más allá de unos nombres, el por qué más rotundo que un solo motivo, el qué previo y posterior al resultado, y el dónde y el cuándo ambientados.  Como periodista, escribo para lectores como yo.

Lo innegable es que es más difícil averiguar, verificar y contar una anécdota que un suceso, principalmente porque una anécdota se compone de varios sucesos, cuyo objetivo es comunicar una idea o un sentimiento.  Para hacer mi trabajo factible, escribo sobre mí, la vida que llevo.  Así, averiguar se reduce a andar y fijar, y verificar se reduce a ser honesto y franco.  Mi gran reto radica en el contar, el lado del oficio que más ilusión me da.

En Tienes que estar allí, entretejí algunas anécdotas para llegar a la conclusión que, aun con las anécdotas, no podemos lograr comunicar la realidad a todos.  Precisar quién no es capaz de entender qué realidad, es comunicar algo.  Esto era mi objetivo modesto.  Mi objetivo menos modesto era hacer palpable el patriotismo de mis paisanos a lectores que no lo conocieran de primera mano.  Más vale fallar en comunicar lo incomunicable que conformarme con comunicar solos los hechos.