Esto no me quita el sueño. Así, con las grietas de mi obra a la vista de mis lectores españoles, el libro es más transparente, y por lo tanto más honesto. Me lo merezco si no engaño a nadie cuando no tengo claro lo que quiero decir, o aún peor cuando no tengo nada que decir. Pero tampoco os voy a mentir: si pudiera disipar la torpeza, lo haría.
Al final de mi libro (que saldrá a
la luz mañana, a las 21,30, en La Extra-Vagante, una librería en la Alameda de
Hércules, 33, Sevilla), digo: “En el caso que esta obra haya gustado al lector,
podemos decir que todo lo que he conseguido con ella ha sido por, y no a pesar
de, haberla escrito en mi segundo idioma.
En el caso que esta obra haya decepcionado al lector, podemos decir que
en inglés habría sido aún peor.” Escribir
en español me mantiene humilde y respetuoso ante la herramienta de mi trabajo,
que es el idioma, y me ayuda a no olvidar que esta herramienta no sirve ni a mí
ni a nadie si no tengo nada útil que levantar.
Con la obra básicamente plasmada, al traducirla a inglés, puedo dar los
últimos (re)toques, tachando o/y añadiendo según proceda.
El trabajo de traducir mi libro a
inglés, me ha brindado la manera más eficaz de escribir que he conocido hasta
ahora: componer en español hasta que no puedo refinar más, y después la prueba
de fuego: a ver si la composición se tiene en pie en inglés.