domingo, 25 de noviembre de 2012

En contradicción conmigo mismo

Uno de los fundamentos religiosos que cité en Dios como nosotros lo concebimos, “siempre anteponer los principios a las personalidades”, es contraproducente a la convincente escritura personal, en la que siempre tenemos que anteponer los personajes al propósito, y lo determinado al dogma.

Mi padre solía decir que el buen periodismo trata sobre gente, no sobre sucesos.  Yo añadiría que la buena escritura trata sobre personalidades, no sobre ideas.  Ideas aclaran un asunto, las personalidades lo enturbian.  Para mí, la verdad es siempre turbia.  Así pues cuánto más me contradigo en mis textos, queriendo o no, mejor.  Mi autocontradicción es una señal que todavía estoy a salvo, abierto a cambios e incluso revoluciones, y así desarrollándome.

Tomemos la frase: “En la familia radica la felicidad”.  No sólo es cierta, sino defina una idea por y para la que vivo.  Viviré fiel a ella hasta que la muerte nos separe.  ¡Cómo me lleno la boca decirlo!  ¡Cómo me hincho de mi bueno y solido carácter!  Sin embargo, al vivir según esta premisa, descubro que, en mi familia, también radica casi toda mi frustración y hastío.  Al fin y al cabo, la frase, “En la familia radica la felicidad” es ni más ni menos cierta o falsa que “En la familia radica la infelicidad”.

A la hora de tratar el asunto de familia, existe una sola solución para un escritor: escribir sobre una familia en particular (siempre elijo la mía), especialmente las personalidades de las que consta.  Así existe la posibilidad que nos salga la verdad concreta, no sólo sobre lo que es la familia, sino sobre lo que es la felicidad y la infelicidad también.

En Dios comonosotros lo concebimos, escribí sobre la religión, algo tan personal y polifacético como la familia.  El artículo habría sido en vano, un conjunto de palabras vacías y frases vagas, si no tuviera como protagonista la persona, no la idea, que más me ha definido y ha hecho indefinible el asunto.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El buen camino

Según mi mujer, doy la impresión de ser frio en los momentos fuertes y felices de la vida.  No dudo que tenga razón.  En vez de vivir y sentir estos momentos en el momento, los siento y los vivo después, al retratarlos por escrito.  Al sentarme ante una hoja en blanco, todo en lo que me he fijado en el momento, todo lo analizado, me ayuda a descifrar mis sentimientos, y así embellecer o ridiculizarlos, como corresponde.  Sin mi escritura, desaparecería, o no me comprendería, que es lo mismo.

Antes de empezar, en 2008, a escribir en español para los españoles, me dediqué a escribir ficción, quizás porque era el género que más leía.  Al plasmar mi obra, novelaba los momentos fuertes y felices, además de los personajes que los sentían o no.  Al encontrar, casi por casualidad, un foro, el Diario de Sevilla, que consentía publicar mi crónica real sobre un guiri – yo mismo – en Sevilla, llegó el momento de enfrentarme y hacer callar de una vez por todas a los demonios internos que me decían que en mi día a día tal como era no podría consistir la literatura.

Si el periodismo es el género en el que, ahora mismo, más rotundamente y claramente suena mi voz, entonces el método más infalible para dar con temas ricos es colocarme en escenarios con potencial de emocionarme y después observarme con despego.  Por eso, sabía de antemano que cosecharía mucha materia prima en la boda de mi hermano.  Después de separar el grano de la paja, el resultado es Boda de vírgenes.

Si quiero algún día alcanzar las alturas de la literatura, el buen camino, para mí, es dar el respeto debido a mi vida como es, e intentar hacerle justicia al contarla.  Si por este camino nunca llego a ser artista, al menos me habré refutado mi frialdad.