domingo, 25 de diciembre de 2011

El ficción de no ficción

Tenía un escenario, un sentimiento y un diálogo.  El escenario era una cena de amigos la Nochebuena pasada en EE.UU.  El sentimiento eran los celos, los míos.  El diálogo surgió un día en el que mi mujer me bajó los humos con arte cuando me emocionaba hablando de la belleza de las mujeres de Sevilla.  Cada una de estas vivencias es un hecho, pero cada una sucedió sin tener nada que ver con las otras.  En Verde navidad, uní las tres en una misma escena.

¿Es juego limpio que un periodista juegue con el cuándo y el dónde para quitar grasa de su obra, para hacerla más racionalizada, y por lo tanto más entretenida?  La cena se atiene a los hechos.  La miga del diálogo entre mi mujer y yo es casi al pie de la letra.  Aunque no sentí celos de mi mujer en esta ocasión, los he sentido cuando me daba menos motivo.

Me doy mucho margen de maniobra con el cuándo y el dónde de los hechos para poder comunicar más claramente el quién, el qué, el cómo y el por qué de las historias que narro.  Hay periodistas que tienen que ser esclavos de los hechos.  Yo los barajo, los reordeno, descarto los insignificantes, para que los significantes se hagan ver.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Humor atormentador

A través de La Sevilla del guiri, he descubierto un subgénero de periodismo que se puede llamar ‘la entrevista con íntimas’.  Gana arrasando a ‘la entrevista íntima’ en cuanto a lo cerca que nos lleva de la verdad.  Mi sujeto en este subgénero siempre ha sido mi mujer.

De todas mis entrevistas así, Negativa es la que más trabajo me ha costado.  La gravedad del tema, el de aborto natural, no me permitió intentar ninguna salida ingeniosa.  El humor es un recurso muy útil a la hora de escribir diálogos, haciendo que las conversaciones fluyan, lleguen a decir algo, y después terminen nítidamente.  Pero también es mi mecanismo de defensa preferido, y, por lo tanto, más valía no emplearlo cuando el objetivo principal del artículo era dar la cara.

Quería decir algo digno sobre cuáles son, a mi juicio, las diferencias entre hombres y mujeres y cómo esas diferencias se manifiestan aun más en momentos de dolorosas pérdidas.  Terminé la primera versión de Positiva, el artículo de la semana pasada en el que anuncié un nuevo niño en camino, horas antes de la ecografía que demostrara el embarazo nulo.  En el autobús a casa, con mi mujer apagadísima a mi lado, me di cuenta de que aquel texto alegre y guasón ya no servía, y eso me deprimía tanto como el aborto en sí.

Esta reacción egoísta, superficial y (yo creo) masculina, y otras al hilo que he expuesto en Negativa, toman aún más peso cuando añadimos a ellas las de Perdóname por mi pecado, mi artículo en el que me declaré cómplice de un aborto provocado que tuvo lugar hace 20 años.  Mis verdaderos remordimientos de conciencia por haber eliminado, sin dudar, a un hijo mío, no me impidieron pensar, tanto en esta ocasión como en la anterior, principalmente en mis planes y proyectos.  Se podría decir que no he cambiado mucho.

Este humor negro y atormentador, sí, aporta algo al tema.  Siempre está, antes de nada y después de todo.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Bienvenido a bordo

Cuánto más estrecha sea la perspectiva desde la que escribo, con más autoridad me expreso.  Que no nos engañemos, el verdadero tema de La Sevilla del guiri, soy yo.  El contraste cultural es sólo una forma de poner límites a la materia.

En Positiva, he escrito sobre la cuestión de tener un tercer hijo cuando la edad de la madre potencial es un factor riesgo.  El artículo tomó la forma de un diálogo entre sólo dos actores (mi mujer y yo), lo cual limitó el tema bastante, pero aun así me parecía demasiado vasto.  Las conversaciones que mi mujer y yo habíamos tenido sobre el asunto habrían llenado docenas de páginas.  Como es habitual, el contraste cultural me sirvió para reducir la materia a algo razonable para un texto de 900 mil palabras.

En mi escritura, siempre seré el querido número uno.  A este querido nunca le voy a matar.  Perdería ambos mi ancla y mi timón.  Lo de ser guiri, en La Sevilla del guiri, o lo de ser escritor, en este blog, son mi propulsión.  Apoyándome en ella, marco mi rumbo para el bien o para el mal.  Los queridos a los que mato son el lastre que suelto para mantener el barco a flote.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Dándome a conocer

Para mí, la elegancia en la escritura es un conjunto limpio de brevedad, claridad y eficacia.  Lo que no sea cien por cien esencial para conseguir el objetivo principal de un texto, hay que eliminarlo.  Mi padre, periodista de toda la vida, solía decir, “Escribir es más excluir que incluir”.

El problema de esta filosofía es, si todos los escritores la siguieran al pie de la letra, todos escribiríamos igual.  En un sentido estricto, incluso el estilo es superfluo según esta filosofía.  El momento en el que una filosofía suprime la personalidad, y así la verdad, estamos perdidos.

Mi instinto me decía que eliminara el primero y último párrafo de A la altura de mi oficio.  Aunque enmarcan el tema, el artículo funciona bien, quizás incluso más eficientemente, sin ellos.  Al final, decidí mantenerlos, tan sólo porque me divertí mucho en escribirlos.

Nos revelamos más cuando jugamos que cuando llevamos al cabo los órdenes de un oficio.  Como escritor, no sólo quiero dejar bien claro mi mensaje, sino también pasarlo bien, y así mostrarme como soy.

Mi padre también solía decir, “El buen periodismo da a conocer no sólo ideas e información a la gente, sino gente a la gente”.  Por eso, he incluido más que lo rigurosamente necesario.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Wishful thinking y misticismo

Al escribir Spielberg sobre ruedas, me emocioné hasta tal punto que casi llegué a incluir lo siguiente:
“Puede ser que los americanos, en comparación con los sevillanos, gocemos más de nuestros manjares, bebamos nuestra cerveza con más sed, y nos acostemos con más ganas con nuestras cónyuges, pudiendo mejor canalizar nuestro libido en amar una sola ser para siempre”.
Lo quité porque es mentira.  ¿Cómo puede ser que, cuanto menos unas gentes se dejen expresar lo sentido, mejor lo aprecian?  Esto se llama, en inglés, wishful thinking.  No me dio pena matar lo que no eran más que ilusiones.
Me costó más acabar con lo siguiente:
“El arte que más me interesa en esta etapa de mi vida surge de una voluntad creativa más allá de la humana.  No me refiero a la imaginería, aunque mi arte preferido tiene algo parecido a este: en ambos, todos somos estatuillas creadas y manipuladas por fuerzas finalmente fuera de nuestro control.  Cuánto de este drama se represente en público depende de donde uno vive, y de la relación que los lugareños tienen con su Maker (Fabricante)”. 
Lo maté porque me parecía demasiado místico.  El misticismo desentona con el periodismo.  Es tan poco concreto y por lo tanto casi imposible hacerlo justicia en este género tan humilde.  Mejor no aludir a Dios en un artículo.  Mejor que se muestre, si Él quiere, entre líneas.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Un autoayudense

Al leer Un americano atado en corto, el lector, habiendo visto la referencia a El camino del hombre superior de David Deida, se habría dado cuenta de que no soy reacio a libros de autoayuda.  La mayoría de los libros buenos en este género, como el de Deida, tienen títulos desafortunados que no reflejan en absoluto la sabiduría en sus páginas.  Igualmente, la gran mayoría de novelas y libros de poesía tienen títulos enganchadores que no reflejan en absoluto lo tópicas, opacas y sosas que son sus páginas.

Hay un gran desprecio en ámbitos intelectuales por la autoayuda.  Sin lugar de dudas, un libro malo de autoayuda, por su forma engañosa de intentar solucionar nuestros problemas, es más vergonzoso que un libro malo de literatura, que es sólo autocomplacencia.  Pero yo diría que un gran libro de autoayuda, como, por ejemplo, Un camino sin huellas de Scott Peck, tiene incluso más valor que la literatura.  Sin poseer la sabiduría que Peck da a conocer con tanta sencillez, humildad y claridad, un lector no es capaz de apreciar la literatura.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Consejos contradictorios

“Hay que escribir para uno mismo” es un tópico con el que todos estamos de acuerdo.  Igualmente corriente y difícil de negar es lo aparentemente contrario, “Hay que enganchar a tu público”.  Desde que empecé a escribir, tengo asumido el segundo.  El primero, más vago, voy comprendiendo cada vez más.

La vida es larga, y el corazón y la mente inconstantes.  Escribo para fijarme bien en las cosas, personas, e ideas que me importan, y así no perderlas.  Tomemos las descripciones pormenorizadas que he dado en Vivo en una tienda china de mi vivienda corriente, mi ex piso en el barrio de Santa Cruz, y el estudio que habité en Nueva York.  Dediqué horas al esfuerzo de resumir sólo lo esencial, de dar una imagen nítida, sin cargar con el superfluo – todo eso para no aburrir al lector, pero aun más para quedarme, egoístamente, con el meollo.

En mi experiencia, la esencia se hace el escurridizo si no lo pongo por escrito.  Voy siempre en busca de temas que no sólo alojan a muchos de mis queridos, sino que dependen de mis queridos para comunicarse.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Un matapalabras

Hoy os brindo un principio y un final, ambos matados del artículo XXL.

Iba a empezarlo así:

“Al visitar mi colegio años después de terminar mis estudios allí, todo parecía mucho más pequeño que lo recordaba.  Los pasillos, las aulas, el auditorio, hasta los envases individuales de leche me hicieron sentirme gigantesco.
La impresión es lo contrario al visitar a mi país.  Las carreteras, las casas, las tiendas, todo, hasta los platos que ponen en los restaurantes, me hacen sentir pequeño”.

Me dejó frío esta introducción, porque, con ella, traté de describir una sensación (la de sentirme pequeño) a través de describir lo contrario (la de sentirme grande).  El principio que puse y que sigue en su lugar (el de mi hermana bebiendo cinco cafés al día), además de ser más llamativo y al grano, introduce el tema de lo sobrehumano, al que vuelvo con el frase final del artículo (“Defiendo la escala humana, no la sobrehumana.”), y también el tema de la cafeína, que me sirvió al hacer la transición a hablar de Nueva York, que es otro animal que mi país en sí, más bien su twisted sister (hermana retorcida).  Es lógico que en cuanto más planos funcione un principio, mejor, siempre que también despierte el interés del lector.

Un final también debería tocar muchos planos.  El final que acabé quitando se limitó a lo estadounidense y la naturaleza, con el objetivo de dar a entender la diferencia, a mi juicio, entre lo grande y la grandeza:

“Es ante la grandeza, no lo grande cómo me gusta sentirme pequeño, ante el mar, no ante una pila de panqueques, al pasar por las montañas, no por un centro comercial, al sumergirme en la selva, no al recorrerla en una carretera de doce carriles”.

Decidí encontrar un solo ejemplo (la parte sur de Central Park), en vez de tres, para mostrar lo grande frente a la grandeza, y lo coloqué en el penúltimo párrafo.  En el último párrafo utilizé una técnica parecida a la que en el cine se llama un montaje.  Es ideal a la hora de comparar culturas, porque superimpone imágenes de una cultura a imágenes de otra.  Se dice en inglés que una imagen vale mil palabras.  Diría que una imagen mata mil palabras.

lunes, 31 de octubre de 2011

A por el panteón

En Ni truco ni trato, evalué a Carlos Colón como, “normalmente un columnista atinado, y, considerando la frecuencia con la que escribe, magistral”.  ¿Pienso que Colón sacaría mejores artículos, si escribiera con menos frecuencia?  Es posible que no.  El hecho de tener que producir tal número de palabras cada día, puede ser exactamente lo que mantenga su mente fructífera y aguda.  Sin embargo, su filosofía creativa sobre la escritura parece ser lo contrario de la mía: yo mato a mis queridos, él da carta blanca a los suyos.

Colón es sobrado de pasiones además de ser un verdadero intelectual.  Casi diariamente le sale un artículo escrito con claridad y emoción.  De vez en cuando, le sale una obra maestra.  Pero se repite, y a veces saca conclusiones dudosas a base de analizar asuntos y sucesos que sólo conoce a través de las noticias.  Caer en semejantes errores es inevitable para un periodista que trabaja bajo la presión de producir cada día, que escribe más para la actualidad que para la inmortalidad.

Con tantas generaciones de escritores buenos, con tanto no sólo ya escrito, sino bien escrito, para tener la más mínima posibilidad de dejar la más pequeña huella en la así llamado panteón, ya sea internacional, nacional o regional, un escritor tiene que matar a sus queridos con insensible y rigurosa eficacia.  Yo prefiero eliminar despiadadamente desde el principio; Colón no.  Remacha sus temas preferidos una y otra vez, buscando, como cualquier escritor que se precie, la perfección, pero, a diferencia de mí, publicando los borradores que le empujen a la perfección.  No sé cual forma da más fruto a fin de cuentas, al hacerse la cosecha.

sábado, 15 de octubre de 2011

Una herencia cultural en acción

Estados Unidos es la tierra prometida si vives para la comodidad.  Si vives para tener tiempo libre, como yo, hay que buscar tu Jerusalén en otra parte.

Hace seis años era profesor de redacción en la Universidad de Nueva York, con posibilidades de conseguir titularidad.  Lo dejé porque un puesto así, cómodo y para toda la vida, habría significado que mi escritura ocupara un segundo plano muy distante con respeto a un trabajo que no me diera ilusión.  Al llegar a Sevilla, me daba igual ganar por horas un quinto de lo que había ganado como profesor en EE.UU.  Me daba igual vivir, un hombre con casi 40 años, en una habitación alquilada con cinco compañeros de piso, la mayoría estudiantes.  Podía soportar no tener familia a este lado del Atlántico, ni amigos íntimos, ni intimidad en casa, y pocas posibilidades de recibir visitas.  Podía soportar todo eso porque había conseguido lo que realmente quería, tiempo libre para llevar una vida a mi amor.

Sigo estando aquí para vivir de una manera imposible para alguien de la clase media estadounidense que vive en su propio país: criando a mis hijos a tiempo completo, y trabajando a tiempo parcial, y mi mujer haciendo lo mismo.  Si mi objetivo fuera complacer mi ego, mi orgullo, y mi lado más comodón (tres queridos a los que tengo que matar una y otra vez hasta la saciedad), estaría todavía donde estuvo, un vivo muerto, con expectativas de ascender.  Eso es lo que quería decir en ¿Qué dejo y con qué me quedo? cuando escribí que admiro y intento emular “lo intrépidos que son mis compatriotas a la hora de arriesgarse, de abrirse camino, de hacerse a sí mismos, de crear y de amar.  Estoy aquí en Sevilla, llevando exactamente la vida que quiero, gracias a esta herencia cultural”.

sábado, 8 de octubre de 2011

Escribir no es destacar en un cóctel

La gran mayoría de los queridos matados de mis artículos han sido principios y finales.  Es al empezar o terminar un artículo que me siento más presionado para impresionar a mis lectores.  No trabajo bien cuando estoy bajo presión ni cuando tengo que impresionar.

Tomemos la manera en la que iba a empezar Vitaminas para la objetividad:

“Mi mujer siempre me dice lo mismo al acabar de almorzar en mi país: <<Justo cuando abre el apetito, dejamos de comer>>.

Ojalá mis lectores sintieran lo mismo cuando dejé de escribir La Sevilla del guiri hace 10 meses”.

Eso no es un comienzo, sino una ocurrencia aislada, la especie de comentario que me sale al querer hacer una gracia en un cóctel.  La anécdota que fue en su lugar, la de las cucarachas, es un comienzo de verdad.  Tiene que ver con mi tema principal, y por lo tanto comunica, creo, una guasa más mordaz.

Tanto en la vida como en la escritura, cuando lo gracioso, lo provocativo y lo llamativo no sirva para conseguir un fin más elevado, hay que matarlo.

Recuerdo a mi padre, mi primer y mejor editor, cuando le mostró uno de mis primeros intentos a periodismo.

Después de leerlo, me dijo, “¿Qué es lo que quieres decir?”


Lo expliqué, y me devolvió mis queridas páginas, “Ahora escribes un artículo sobre eso”.


Me había preocupado tanto en dármelas de listo, que me olvidé del objetivo: comunicar mi idea.

lunes, 3 de octubre de 2011

Los pirados me han descubierto

Un escritor como yo – que posee un estilo directo, clásico, y que está aficionado de Hemingway, Fitzgerald, Salinger, Carver, Kerouac y The New Yorker – está lejos de estar de moda en mi país.  Soy lo contrario de lo exótico.  Los editoriales y los lectores estadounidenses cultos quieren voces nuevas, de tierras lejanas.  Para que una obra mía salga a la luz con todo el apoyo de un editorial, además de tener que ser una obra excepcional, yo tendría que tener un montón de suerte y aun más enchufes.  Como consecuencia de la ola de multiculturalismo en mi país, muchos escritores, tanto meritorios como no, beneficiaron, y muchos otros, tanto meritorios como no, siguen esperando en balde su gran oportunidad de triunfar o de fracasar.

Da la casualidad que ahora en Sevilla, como americano escribiendo en castellano, soy yo el que está cosechando los beneficios de ser el exótico.  Sin lugar de dudas, he conseguido mi espacio en El Diario de Sevilla tanto por la calidad de mi obra como por mi perspectiva novedosa.  Una serie de artículos desde la perspectiva de un bético, sevillista o cofrade acérrimo, por muy bien escrita que sea, va a tenerlo mucho más difícil que yo de encontrar en Sevilla un foro establecido para publicarse.  En pocas palabras, siendo neoyorquino es mi entrada como escritor en la fiesta hispalense y quizás incluso en la española.

El aspecto negativo de tenerlo relativamente fácil a la hora de abrirme paso es que los pirados rencorosos son más propensos a arremeter contra mí.  Mira lo que uno que se llama El Gran Surmano, al meterse con las escuelas de escritores, dice de mí como miembro de la facultad de Escribes:

“una búsqueda en google no resulta en ninguna confirmación de su currículum, que empieza a parecer su verdadera obra maestro de ficción.”

“a pesar de tan formidables credenciales, actualmente vive en Sevilla y se gana la vida enseñando inglés, escribiendo en su tiempo libre”.

En resumen, porque soy un neoyorquino que quiere vivir, escribir y ser profesor en Sevilla en vez de mi ciudad y país nativo, soy un farsante.

Lo veo como buena señal que los pirados están poniendo en duda mis credenciales.  Significa que estoy “on the map” (en el mapa), una locución mal traducida en mi diccionario como “dado a conocer”.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Antes de nada

El título de este blog parece un chiste de mal gusto si consideramos que Perdóname por mi pecado, mi artículo más leído, trata del aborto de mi primer hijo.  A aquel crimen debo mi forma de pensar.  Como consecuencia de ello, me di cuenta de que tener verdadero carácter e integridad era algo que, si quería conseguirlo, iba a tener que trabajar en ello durante todo lo que me quedaba de la vida.  De ahí, brotó mi sed de entenderme en profundidad, y también de entender el mundo a mi alrededor.  Es decir, de ahí, brotó mi vocación para escribir.

Quizás la vida de aquel hijo perdido y la responsabilidad de criarlo me habría servido igualmente para abrir los ojos a la realidad, y por lo tanto inyectarme con inquietudes suficientes para ser escritor.  Pero habría sido otra realidad, otras inquietudes, probablemente, en mi caso, menos violentas, menos mentalmente y psicológicamente duras, y por lo tanto, sin tanta necesidad de resolver.

Aquí estoy en Sevilla, escribiendo “La Sevilla del guiri”, escribiendo “Matando a los queridos”, criando a mis dos hijos, y amando a mi mujer, queridos a quienes nunca habría conocido si no fuera para aquella víctima de hace más de 20 años, un querido al que, si yo pudiera vivir de nuevo mi vida, no lo mataría.  Esa es la principal contradicción que pesa sobre mi vida y mi escritura.