domingo, 30 de septiembre de 2012

Autocrítico

Uno de mis héroes, Margot Fonteyn, quizás la bailarina clásica no rusa más grande de todos los tiempos, vivió por y para la siguiente regla general: “Tomar mi trabajo muy en serio, pero nunca a mí mismo”.  Una forma de aplicar dicha regla a mi trabajo como escritor es sólo criticar aquello de lo que yo mismo estoy culpable.  Si no, acabo siendo o demasiado severo o demasiado poco severo con el objeto de mi crítica.
 
Critico el aborto, porque caí en el error de abortar a mi propio hijo.  Critico a los escritores que escriben con demasiada frecuencia, porque yo también he pecado y peco de dejar que textos míos se publiquen antes de saber si están terminados.  Critico a los padres que, por miopía no necesidad, dejan que los demás, extraños, cuiden a sus niños pequeños durante ocho o más horas al día, porque yo haría lo mismo, quizás, si hubiera manera.  Critico a los flojos, a los prepotentes y a los conformistas, porque yo también fallo en la lucha sin tregua contra la tendencia de coger el camino más fácil.
 
En El culto de Sevilla santísima, mi objetico fue criticar la actitud de los sevillanos ante la crítica.  Muchos, demasiados se toman demasiado en serio.  Para cumplir con la regla de Fonteyn, me ocupé en demostrar que yo también, soy culpable de tomarme demasiado en serio.  Así se plasmó el artículo.

El dramaturgo estadounidense David Mamet, cada vez que se sienta para escribir, empieza con la misma pregunta: “¿Soy un farsante?”  Cuando he escrito en plenas facultades, es porque ha surgido tal pregunta, y me he esmerado en intentar contestarla, sean lo que sean las consecuencias a mi opinión de mí mismo.

Hay un refrán en inglés que dice, “It takes one to know one”.  Se utiliza cómo los españoles utilizan “¡Mira quien fue a hablar!” y/o “Se cree el ladrón que todos son de su condición”.  Soy igual que cualquiera a la que critico.

Demasiados escritores se creen inmunes a los males que denuncian.  ¿Cuántas veces hemos leído un artículo vapuleando a los políticos por ser corruptos, incompetentes o inconsistentes en su trabajo, mientas el artículo en sí es el vivo ejemplo de un trabajo hecho sin afán o esmero?  Dichos escritores exigen lo mejor de los demás, mientras sólo cubren el expediente de su propio oficio.  Su regla general podría ser, “Tomar a mí mismo muy en serio, pero no mi trabajo”.  También he sido culpable de esto.

domingo, 16 de septiembre de 2012

No tragarse el humo

Los artistas, en su gran mayoría, empeoran con el éxito.  Producen su mejor obra antes, no después.  Crear en un vacío, sin saber si alguna vez la obra verá la luz, aunque eso no es nada alentador, a veces es precisamente lo que proporciona a los artistas la chispa necesaria para crear arte.

Parece que la personalidad, y aún el alma de los artistas, se saltan a la vista, o al oído, cuando están aislados y apartados sin querer, y están gritando al cielo para que los tengamos en cuenta.  Al conseguir un público, pierden un gran motivo por crear.  Ganan otro, es cierto – el no querer decepcionar a este público – pero tan puro como el perdido no lo es.

Durante más de 20 años, escribí en un vacío.  Sólo mis amigos y mi familia, todos escritores también, leyeron mi obra, para ayudarme mejorarla.  Este aprendizaje de valor incalculable ha resultado, creo, en un premio, La Sevilla del guiri.  Mucho éxito no es, pero es lo suficiente para alterarme.

De repente tengo que tratar con las estadísticas de mi blog, a los que acudo casi cada día como un adicto.  Hay el número de lectores atraídos por cada post, el número de comentarios que ha provocado, y claro los comentarios en sí – los ánimos, insultos, aclaraciones, malentendidos, corroboraciones y discrepancias.

Los ánimos me afectan por el bien, siempre que no los vea como elogios.  No hay nada más peligroso para un artista que los elogios.  Son el verdugo de las inquietudes, tranquilizan las dudas necesarias para comunicar con contundencia.

James Saltar, uno de los únicos escritores estadounidenses, que yo conozca, que han mejorado con el tiempo, fue tan amable contestarme, cuando hace 10 años, le escribí una carta de admirador.  Con referencia a mi idolatría, incluyó una frase que nunca olvidaré: “I took pains not to inhale” (Puse mucho empeño en no tragarme el humo).  Un humo tan poderoso como perjudicial.

Sigue siendo el vacío – ahora como amenaza, siempre acechándome – que me inspira más que cualquier otra cosa, salvo Dios.  Al final del año pasado, la dirección del periódico me dijo que a partir de febrero, La Sevilla del guiri sería publicada un sábado sí y otro no, en vez de cada sábado.  Tendría que compartir con otro escritor el espacio que pensé que yo había ganado con trabajo y talento.  Me di cuenta de que no podría confiarme.  Un día podría estar escribiendo de nuevo en un vacío.

Apología del patriotismo es el primero artículo que escribí después de que me informaron del cambio.  Al escribirlo, me sentí aislado, apartado, purificado.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Oda a una obra

Para que una crítica funcione como algo más que un aprecio o un desprecio, tiene que tratar más de él que escribe la crítica que de la obra sometida a examen.  En Ficciones de Borges, hasta las obras tratadas son productos de su imaginación.  Fue Borges la pauta que seguí en Israel Galván, el Hamlet hispalense.

Salvando las distancias, por supuesto.  El asunto sobre el que escribo es la obra real del bailaor Israel Galván.  La imaginación de Galván inspiró mi interpretación.  No me puedo apuntar todo el mérito.  De todas formas, he intentado que la interpretación dependiera más de mi imaginación que de mi intelecto.

Mi intelecto es fiable y frio.  O puede o no puede.  Mi imaginación se despierta o duerme según factores a los que mi intelecto es más o menos inmune: mis complejos, gustos, deseos, prejuicios, estado de ánimo y experiencia.

Criticar con puro intelecto sería como gobernar con un estado policial.  Criticar con pura imaginación sería como dejarse llevar con la anarquía.

La crítica es un género que vale tanto como la ficción o la poesía para dar sentido y significado a la vida.  Si es un género menor es porque la musa del crítico no trabaja solo, colabora con la musa del artista reseñado.  Para mí, las críticas más memorables son elogios, odas.  Por eso, elegí escribir sobre la obra de Israel Galván.