domingo, 30 de junio de 2013

Visto para sentencia

La premisa detrás de La Sevilla del guiri, que la gente de un sitio es distinta que la gente de otro, tiene una gran virtud: crea un conflicto sólido para impulsar una amena crónica: yo, el extranjero cabezudo, siempre intentando superar, con más o menos éxito, los estorbos puestos por los nativos.  También tiene un gran defecto: generaliza.  Aun reduciendo la premisa a los términos más prudentes posible, que hay ciertas características humanas más generalizadas en unas culturas que en otras, aun así no la puedo dar sustancia, salvo con anécdotas, que siempre están llenas de lagunas.  En sumo, parto de una premisa entretenida, pero sin rigor.

Si mantuviera que la gente de un sitio es distinta que la gente de otro por sus distintas historias, esta premisa no provocaría sospechas, pues es casi incuestionable.  Pero he elegido una vía más complicada, insinuando más de una vez, queriendo, que las diferencias, además de existir por motivos históricos, son intrínsecas.  Es un argumento etéreo, por no decir otra cosa peor.  Cualquier lector me podría poner mil ejemplos que me quitarían la razón.

Con un posicionamiento tan precario, he tenido que estar hiperalerta al plasmar los textos.  Escribía a sabiendas de que, con cualquier desliz, un aluvión de reproches legítimos me podría caer encima.  Algunas veces no he tenido argumento sólido del que podía agarrar.  Son gajes del oficio.  Soy de la opinión de que la valentía de un escritor radica, al menos en parte, en tener que defender un posicionamiento que es imposible defender con datos, o aun con lógica.  No me estoy echando flores.  Soy un escritor ambicioso, no valiente.  Si quiero dar la talla, no me queda más remedio que echarle cojones al asunto.

En El veredicto final, quería hacer dos cosas, ir terminando la serie con un toque positivo, y saldar cuentas con los sevillanos, con los que tengo una deuda de gratitud.  En La Sevilla del guiri, he emitido muchos juicos, tanto sobre los estadounidenses como sobre los sevillanos, pero a los sevillanos les he juzgado en la cara.  Así que, con este penúltimo artículo, me ocupé en dejar bien claro que sólo el juicio final tiene importancia, pues este pretende tenerlo todo en cuenta.  Estoy convencido de que, si estamos atentos y si mantenemos la mentalidad abierta, entonces lo bueno de un pueblo casi siempre tendrá más peso que lo malo.  El artículo se centra en los sevillanos, pero la afirmación vale igualmente bien con referencia a mis propios paisanos, aunque la mezcla de virtudes y defectos es distinta.

A fin de cuentas, el ser humano es más bueno que malo.  Otra corazonada mía por la que sólo podría abogar emocionalmente, no deductivamente.  Viva la anécdota.

domingo, 16 de junio de 2013

Escritor en busca de MacGuffin

Si ya tengo claro cómo Sevilla me beneficia (10 premios naranja para Sevilla) y cómo me jode (10 premios limón para Sevilla), temo que estamos llegando al momento de dejar Sevilla como tema.

Por un lado, Sevilla sólo ha sido una excusa para escribir sobre mí mismo.  Por otro lado, escribir sobre uno mismo, sin MacGuffin, es, para vuestro servidor, intentar escalar una pared de roca completamente lisa.  Sevilla me ha dado muchos puntos de apoyo para afianzar los dedos y pies.  Gracias tanto a la pared como a mi perseverancia he podido seguir subiendo.

No sé si he llegado a la cima.  No importa.  No fue la pared que quería conquistar, sino mi ser y sus misterios, exponiéndolo todo, y esto no tiene nada que ver con una cima, sino con un fondo.  Antes, los límites puestos por La Sevilla del guiri me estimulaban, tal como, por ejemplo, un metro estricto estimula a los poetas, o como las líneas de una cancha rigorosamente arbitrada estimulan a los ballplayers. Ahora estos límites me encasillan.

Al dejar La Sevilla del guiri, tendré que confiar en que me surja otro tema con posibilidades tan ricas como han sido las del Guiri para sacar lo mejor de mí.  No cabe duda de que lo hay.  Pero, al dar con él, puede que no haya posibilidad de publicar la obra en un foro que me trae a muchos lectores.  Estos voy a tener que sacrificar (temporalmente, si tengo suerte), si quiero mantener mi afán de superación.

Soy escritor en busca de un MacGuffin que me cunde las reservas hasta la última gota, y me pone implacablemente de manifiesto; sólo así me puedo observar, estudiar y analizar como a un ratón en un laberinto, y después publicar las conclusiones, para la posible diversión y edificación de los demás.  Escribir con una MacGuffin que me engancha hasta dejarme reventar por él, esto es, para mí, obrar en un estado de gracia.

 

domingo, 2 de junio de 2013

¿Qué hago ahora?

Un consejo sobre la escritura que se atribuya a Hemingway, “Write what you know”, es difícil traducir a español.  Traducirlo como “Escribe lo que sabes”, supondría que Hemingway no fuera consciente de que un verdadero escritor escribe para, no por, saber.  Creo que “Escribe lo que conoces” sería una traducción más acertada.  Para mí, ‘conocer’ significa ‘saber cosas acerca de’, que no es lo mismo que saber.  Yo, por lo menos, escribo sobre lo que conozco para quizás llegar a saberlo.

Hace cuatro años, al empezar a escribir La Sevilla del guiri, sabía cosas acerca de la ciudad, pero estas cosas aún estaban lejos de sedimentarse.  Ahora, después de escribir 100 capítulos de la serie, creo que sí saco del sedimento mis opiniones sobre la ciudad.

Por ejemplo, 10 premios naranja para Sevilla y10 premios limón para Sevilla (el segundo se publicará dentro de dos semanas) me salieron casi de un tirón.  No es que me salieron 7 o 8 premios, y tuve que apurar los límites del tema para dar con 3 o 2 más, o que me salieron 11 o aun 15 y tuve que recortar.  Me ocurría un premio, lo explicaba, me ocurría otro en seguida, lo explicaba, etcétera, hasta llegar a diez, y ya no me ocurrieron más.  En un santiamén, los organicé por orden de importancia.

Estoy seguro de que, en algún rincón de la mente, yo estaba trabajando en los listados durante mucho tiempo, sin darme cuenta.  Siempre me han gustado los números redondos y las líneas maestras; me parecen de confianza, aunque normalmente no soy capaz de producirlos sin mucho dudar y devanarme los sesos.  Lo que quiere todo esto decir es que, por la manera completa, contundente y aun catártica en la que los artículos se plasmaron, me pregunto si, después de 100,000 palabras consagradas a entender esta ciudad, ya escribo más de saber que de la sed de saber.  Esto, a cualquier escritor que se precie le debería servir como materia de reflexión.  Por el momento, sólo pondré por escrito lo siguiente:

Vicente Van Gogh, después de dedicarse durante diez años a su arte, escribió una carta a su hermano Teo, haciendo mención de un dibujo que acababa de hacer con gran rapidez y autoridad.  Se explicó: “Aunque lo terminé en 10 minutos, la verdad es que lo terminé en diez años y diez minutos”.

Empecé a escribir La Sevilla del guiri para saber por qué estoy en Sevilla, y a pesar de qué.  Después de cuatro años trabajando en ella, tengo las respuestas redondamente enumeradas y ordenadas.  ¿Qué hago ahora?