domingo, 14 de julio de 2013

Un féretro virtual

Empecé a escribir La Sevilla del guiri, a sabiendas de que escribía sobre una etapa de mi vida.  En esta etapa tenía la suerte de estar forjando carácter, abriendo todos los recovecos del alma, alumbrándolos y siendo capaz de entender lo que descubría, todo provocado en gran parte por el sitio en el que vivía, o así me parecía.  Quizás lo mismo me habría ocurrido al vivir en cualquier tierra lejana, después de un cambio tan radical – de repente, a los 40 años, casado, con niños, hablando otro idioma (con dificultades), sin mi familia y gente de antes, casi siempre incómodo, a la defensiva.  Quizás lo que dio pie a tal visión interior haya sido simplemente mi extranjería.  Sea lo que fuera, la extrañeza a mi alrededor tenía una personalidad única e imponente, hasta tal punto que parecía estar presente en casi todo lo que yo hacía.  Como escritor, quería aprovechar, mientras durara, tal decorado y así la perspectiva que este aportaba hacia mi interior, consciente de que algún día el sitio dejara de tener tanto protagonismo en mi desarrollo y visión personal, y que, en este momento, tendría que dejar de escribir la serie, si quisiera seguir avanzando como persona y escritor.

Supongo que podría seguir escribiendo La Sevilla del guiri como distracción.  El problema es que la distracción me persigue por todas partes.  Cada cosa es una excusa para distraerme.  Lo difícil es encontrar una manera de centrarme en la sustancia de la vida, sin distracción.  Si no consigo esto, terminaré esta vida más o menos como la empecé: como poco más que un ser con impulsos y deseos; esto, en un adulto, viene a ser un tipo frustrado.  La escritura es la manera más eficaz que he encontrado para disfrutar de la vida más allá de mi cuerpo y mis caprichos.  Es a través de la palabra escrita cómo mejor llego a conocerme y a conocer a los demás.

Escribir con el objetivo de realizar grandes o aun pequeños descubrimientos sobre uno mismo, también significa escribir con el objetivo de crear arte.  No digo que lo haya conseguido con La Sevilla del guiri.  Digo que lo he intentado.  Escribí cada entrega, cumpliendo, lo mejor que podía, todas las exigencias que tal reto supone: expresarme con inteligencia, emoción y, sobre todo, con el rigor implacable que, si nos entregamos de lleno a él, acaba desnudando el alma.

Es insólito, tanto en este país como en el mío, que un escritor cuya máxima aspiración es crear arte, se dedique a crearla para un periódico.   Durante cuatro años, La Sevilla del guiri, publicada en el Diario de Sevilla, ha sido mi principal proyecto.  Todos los demás proyectos, que son muchos, han tenido que quedarse en un muy distante segundo plano.  No lamento haberme centrado tanto; lo celebro.  Al empezar a escribir la serie en mayo 2009, me di cuenta, después de casi 20 años dedicándome a textos largos de ficción, de que era con textos cortos de no ficción que podía más enérgicamente escarbar en el fondo de mí, y dejar constancia a lo descubierto con claridad y autoridad.  Así que, durante esta etapa de mi vida, el artículo periodístico ha sido mi género predilecto.

No sería justo esperar que otros escritores con tendencias artísticas compartan conmigo este entusiasmo con el artículo periodístico, sin embargo me extraña que, en España, donde es común que poetas, cuentistas y novelistas moonlight como articulistas y columnistas de opinión, más de estos no utilicen, de vez en cuando, sus espacios en los periódicos para intentar crear arte.  Además de hacer buena publicidad a su obra más importante (según ellos), podría, poquito a poco, ayudar a quitar éste estigma de poca permanencia, y por lo tanto de poco prestigio literario, que persigue las columnas periodísticas.  Aunque en España el talento está muchas veces al mando de la pluma periodística, parece no estar por la labor.  ¿Es por esnobismo, es decir, por el carácter supuestamente divulgador de las columnas, por llegar a mucho más lectores que poemas, cuentos y aun novelas, que los literatos de España, incluso ellos que escriben columnas, los menosprecian?

Durante mi etapa en el Diario de Sevilla, no menos de cinco hombres de letras han escrito columnas, y, entre ellos, sólo Enrique García Máiquez se ha dignado a regalarnos, cada año, un puñado de artículos sin caducidad, es decir, artículos que se atreven a desoír los temas del momento, o al menos a transcenderlos, para suscitar el interés en nosotros no sólo por los grandes temas de nuestro tiempo, sino de todos los tiempos.  Esto no es posible sin dar a la columna periodística el respeto que merece como género, es decir, reconociéndola como más grande que él o ella que la escribe, y así tratando los textos con el más meticuloso, sagrado cuidado.

No descarto que esta serie, aunque categóricamente terminado con Palabras finales siga teniendo vida, que llegue, tarde o temprano, más bien tarde, a nuevos lectores, y que se propague.  La era digital nos ha proporcionado la hemeroteca: una permanencia que los periodistas nunca hemos tenido antes.  Lo que ya es publicado, estará siempre expuesto en su féretro virtual, descansando en paz o en angustia.  Si tengo la fortuna de que un lector de sueños – uno que, como yo, mejor consigue conocer a sí mismo y a los demás a través de la palabra escrita – dé con un texto mío y quiera leer más del mismo autor, aun una obra entera, está al alcance de un clic.  Puede empezar desde el principio y llegar otra vez aquí, el Fin.