sábado, 15 de octubre de 2011

Una herencia cultural en acción

Estados Unidos es la tierra prometida si vives para la comodidad.  Si vives para tener tiempo libre, como yo, hay que buscar tu Jerusalén en otra parte.

Hace seis años era profesor de redacción en la Universidad de Nueva York, con posibilidades de conseguir titularidad.  Lo dejé porque un puesto así, cómodo y para toda la vida, habría significado que mi escritura ocupara un segundo plano muy distante con respeto a un trabajo que no me diera ilusión.  Al llegar a Sevilla, me daba igual ganar por horas un quinto de lo que había ganado como profesor en EE.UU.  Me daba igual vivir, un hombre con casi 40 años, en una habitación alquilada con cinco compañeros de piso, la mayoría estudiantes.  Podía soportar no tener familia a este lado del Atlántico, ni amigos íntimos, ni intimidad en casa, y pocas posibilidades de recibir visitas.  Podía soportar todo eso porque había conseguido lo que realmente quería, tiempo libre para llevar una vida a mi amor.

Sigo estando aquí para vivir de una manera imposible para alguien de la clase media estadounidense que vive en su propio país: criando a mis hijos a tiempo completo, y trabajando a tiempo parcial, y mi mujer haciendo lo mismo.  Si mi objetivo fuera complacer mi ego, mi orgullo, y mi lado más comodón (tres queridos a los que tengo que matar una y otra vez hasta la saciedad), estaría todavía donde estuvo, un vivo muerto, con expectativas de ascender.  Eso es lo que quería decir en ¿Qué dejo y con qué me quedo? cuando escribí que admiro y intento emular “lo intrépidos que son mis compatriotas a la hora de arriesgarse, de abrirse camino, de hacerse a sí mismos, de crear y de amar.  Estoy aquí en Sevilla, llevando exactamente la vida que quiero, gracias a esta herencia cultural”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario