En Julio de 2009,
escribí un artículo que reprendía las críticas que mis vecinos dirigían al
trabajo de algunos albañiles sudamericanos que acababan de poner suelos de
mármol en las escaleras y rellanos de nuestro bloque. A mi ver, el trabajo fue igual de bien o mejor
que habría sido si lo hubiera hecho españoles.
Pero como de esto no podía estar seguro, y como la mayoría de las críticas
habían venido de parados que antes habían trabajado en la construcción, el artículo
me parecía más injusto que la injusticia que denunciaba. A diferencia de los parados de mi bloque, yo atacaba
a aquellos cuando ya estaban derrotados.
Por eso, lo suprimí.
Casi tres años
después, me salió Prohibido Paraguayos,
un artículo que tiene, como mínimo, fundamentos más sólidos. Mientras el primer artículo vaciló y se
disculpó, este se desarrolló despiadadamente al grano, sin dar
explicaciones. Puede que uno de sus
defectos sea que no da tregua alguna a los denunciados. Este defecto va de la mano de su virtud
principal: su ritmo arrasador.
Quiero dejar
claro que, cuando lo escribí, estaba decepcionado con Sevilla. Me sentí marginado. Me estaba dando cuenta, paranoicamente o no,
de que la así llamada intelectualidad hispalense nunca me aceptaría, que ser
guiri, aunque esto me abrió camino y me consiguió un foro, al final funcionaría
en contra de mi carrera como escritor en Sevilla. Aun temía que cuánto más destacara mi
trabajo, cuánto más reluciera, peor, pues más razón tendrían los nativos para descartarlo. Quizás sean estos sentimientos los que el
primer intento faltaba: aunque yo había sentido la injusticia de criticar el
trabajo de los sudamericanos, todavía no me había sentido identificado con
ellos. Como premio por mi paciencia y
contención, podía, en este intento, desahogarme por motivos personales, sin
tener que referirme a mí. Al suprimir un
artículo mediocre, gané otro que vale más.
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