domingo, 3 de febrero de 2013

Literatura a hurtadillas

Acudí a Ignacio F. Garmendia, el crítico literario del Diario de Sevilla, para pedir consejos sobre a qué editoriales les podría interesar un libro basado en los primeros cincuenta capítulos de La Sevilla del guiri.  Resultó que me había leído.  Contento por ello, y queriendo que supiera que yo había investigado el panorama de editoriales por cuenta propia, dejé caer el nombre de una editorial pequeña, local, centrada en libros de calidad, cultos, los que yo llamaría literatura.  “No”, saltó sin dudar.  Recomendó dos otras, también pequeñas y locales pero que apuestan por proyectos más, digamos, comerciales y, sin duda, mucho menos a mi gusto.

Este intercambio con Garmendia hizo que me enfrentara a una temible realidad.  Aunque amo la literatura, aunque sueño con escribirla, es posible que mi obra siempre sea demasiado transparente para llegar a serla.  Mi objetivo como articulista es facilitar el trabajo de mis lectores, y no exigir que se apliquen en comprenderme.  Pongo esmero para que nadie aprecie, a primera lectura, que está leyendo algo que procura ser duradero.  Como dijo el muy (¿quizás demasiado?) accesible poeta estadounidense, Billy Collins: “I do not pester you with the invisible gnats of meaning”.

Quizás así quito la grasa necesaria para que la oferta de mi menú se pegue a las costillas de mis lectores.  El escritor que busca, a toda costa, lo digerible no puede evitar el riesgo de eliminar precisamente el exceso que podría haber convertido su obra en un festín inolvidable.  Aspirar a escribir una obra fácil de digerir y al mismo tiempo imposible de olvidar, además de ser (y por ser) una posibilidad entre un millón, es un reto muy a lo yanqui.

Un par de semanas después de hablar con Garmendia, salió su reseña Estampas de la era ‘beat’, que tocaba a los bad boys Bukowski, Ginsberg y Hunter S. Thompson.  Con referencia al público estadounidense, le salió la siguiente joya de análisis cultural: “Ocurre con los norteamericanos que primero se escandalizan [por la obra de un autor] y luego [la] celebran, en ambos casos más allá de lo razonable”.

Por todo esto, y también gracias a la perspicacia inagotable de mi mujer, y una asistencia penetrante del periodista Paco Correal, surgió y cuajó La verborrea del éxito.

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