El blog de John Julius Reel. Para escritores y lectores que quieren saber lo que pasa entre bastidores.
sábado, 21 de junio de 2014
My Darlings: An Autobiographical Essay
My Darlings: An Autobiographical Essay is an article about my abortions, my father and my writing,
and is the closest I’ve ever come to writing something sui generis. I warn you, it's 10,000 words.
sábado, 7 de junio de 2014
Sobre mi competencia (el paquete de seis)
Lo primero que
quería hacer era prepararme. Como el tema
de mi libro es la comparación de Estados Unidos, Nueva York concretamente, con
España, Sevilla concretamente, me puse a leer exitosos retratos de Andalucía escritos
por guiris, y exitosos retratos de Nueva York escritos por españoles. Cuando todavía estaba escribiendo casi
exclusivamente sobre Sevilla, no había querido que ningún otro escritor me
influyese. De repente, me sentía
obligado a leer la competencia. La
obligación se convirtió de inmediato en un placer. Cuando no me resultaba un placer, yo abandonaba
el libro, sin las más mínimas reservas, y empezaba otro. Hasta ahora, he terminado seis, tres en
inglés, y tres en español. Aquí
teneis mis impresiones sobre mi competencia, en el orden en el que leí sus libros. Empezamos, como debe ser, con el toro semental:

Sur de Granada (1957), de Gerald Brenan: Brenan, como retratista y analista, fue un
psicólogo excepcional. Los españoles han
tenido la gran suerte de que Brenan dirigiera su ojo astuto hacia ellos, pues,
podría haberlo dirigido hacia cualquier pueblo y cultura, y el resultado habría
sido igual de perspicaz e imperecedero. Por ejemplo, cómo es posible que
un americano o un español (objetivo, huelga decir) no se descubra ante el golpe
siguiente: “La querida o amante
desempeña un papel un poco distinto en el sur de España al que desempeña en
otros países. Para el hombre casado,
ella es un lujo – tan cara de mantener como un coche americano, y mucho menos gratificante,
pues no puede enseñarla con orgullo a sus amigos.” El libro está lleno de joyas así de
atinadas. Yo, como escritor, terminé el
libro sintiéndome tan respaldado como superado en mis observaciones.
Entre limones (1999), de Chris Stewart: un libro injustamente desdeñado por los
literatos. Desde el principio al fin, en cada una de sus frases, Stewart
consigue ser siempre desenvuelto e interesante.
No hay una nota falsa en todo el libro.
Ni el fantasma de prepotencia ni el de presuntuosidad asoma a sus
páginas (precisamente lo que asoma sin pudor a las reseñas que descartan el
libro de Stewart como una crónica cursi).
Se ríe de sí mismo (algo casi inaudito en un escritor español, o en un crítico)
y respeta cien por cien la cultura y la gente sobre las que escribe. Aun me atrevería a decir que hay una escena
en el libro digna de Cervantes: aquella en la que un lugareño de carácter
dudoso lleva al Stewart al pueblo más cercano a su finca en la Alpujarra. El lugareño va montado a caballo, tirando de
un burro en el que Stewart va a lomos con el resto de la carga, a la vista de
todos. Solo un escritor humilde, corajudo
e íntegro podría haber plasmado tal escena.
La fábrica de luz (2003), de Michael Jacobs: De todos los libros escritos por mi
competencia, este es el que más me ha parecido una obra de arte, en el sentido
más clásico de la palabra. Jacobs
escribe sobre sus experiencias en Frailes, un pueblo de Jaén. Ambos él y el pueblo se transforman durante
el transcurso de la historia. Después de
una serie de hechos casi milagrosos, los personajes, con el pueblo incluido,
nunca volverán a ser los mismos. La
historia despertó envidia sana en mí, y después congoja, al enterarme de que
Jacobs murió de cáncer el 11 de enero, cuando yo aún estaba leyendo su libro. Si el mundo es justo, el libro seguirá vivo
durante generaciones, desafiando a la muerte terrenal del autor.
Historias de Nueva York (2006), de Enric González: Me ensenó mucho sobre la historia cruel
de mi ciudad nativa. Es periodismo puro
y duro, escrito con gran concisión y destreza.
Al principio, González dice: “Nueva York me gusta más allá de
lo razonable. Amo a esa ciudad. Por otro lado, Nueva York tiene mucho de
amante fatal y en este momento prefiero amarla a distancia. No creo que vuelva a verla.” Pienso exactamente igual. Los mejores momentos del libro vienen cuando
la personalidad del autor sale a regañadientes.
Me quedo con una sola frase, más bien un inciso. Cuando muere un ex compañero y amigo mientras
ejerce su oficio en Haití, González escribe: “No pude llorar, como no pude, y
no puedo, por la muerte de mi hija. Sí
lloré cuando murió Enough, mi
gata. Debo de tener averiado el
mecanismo de la lágrima”. No pudo llorar,
y no puede, por la muerte de su hija. No
da más detalles.
Ventanas de Manhattan (2004), de Antonio Muñoz Molina: Si el libro de Enric González
me ensenó mucho de la
historia mi ciudad nativa, el de Molina me enseñó de lugares. Visitaré estos lugares en el futuro, y con el
privilegio añadido de haberlos conocido y vivido primero a través de los
sentidos y las opiniones del autor. ¡Qué
hombre más culto, atento y efusivo!
Mientras el libro de González es escaso en expresividad personal, el
libro de Muñoz Molina se pasa de ella, o casi.
Para mí, parte del arte del autor en este libro es que sabía
precisamente mi límite de saciedad. Una
y otra vez, justamente en el momento en el que me preguntaba si Muñoz Molina me
estaba contando demasiado sobre un asunto, pasaba a otro. Y la guinda: comparte mi preferencia de
escribir en cafés. Es el único culto al
que conozco, en ambos lados del atlántico, que habla bien de Starbucks. Dice: “En el café se está solo y se disfruta
a la vez de la compañía rumorosa de la gente. . . En el café se es a la vez sedentario y
transeúnte. . . [L]o que se escribe en el café . . . tiene. . . una cualidad de
inmediatez, de azar, de la que carece la escritura hecha en el cuarto de
trabajo.” Tal como debo una parte de la
estructura y el estilo de ¿Qué pinto yo aquí? a los cafés de Sevilla en los
que lo escribí, Muñoz Molina puede dar las gracias a Starbucks por la
estructura y el estilo de Ventanas de
Manhattan. ¿Quién dice que al
comercialismo flagrante no puede fomentar
las artes?

La ciudad automática (1942), de Julio Camba: Camba es único. No hay otro escritor parecido, y nunca habrá,
ni en español, ni en inglés, ni en cualquier otro idioma. En este libro, escribe sobre el Nueva York de
los años 30, pero casi todo lo que escribe sobre la mentalidad y la psicología
de los americanos se podría aplicar hoy mismo.
Por ejemplo: “Las chicas,… si beben y se emborrachan, no es por gusto,
sino más bien por deber. … Es… una inmoralidad puritana… por decreto. . . [una]
forma colectiva y ostentatoria del vicio.”
Pocos escritores en el mundo han tenido el don de Camba de entender y
explicar las intenciones y motivos retorcidos del ser humano, individualmente o
colectivamente. Con un sentido de humor
feroz, y un estilo engañosamente sencillo, nos descubre lo desconocido y oscuro
de nuestra alma. Si un americano quiere
saber las fuerzas culturales que influyen en él, que lea este libro con gran
atención.
miércoles, 14 de mayo de 2014
Ganar algo en la traducción
A medida que voy traduciendo mi libro
¿Qué pinto yo aquí? Un neoyorquino en la ciudad de nunca jamás a inglés, voy descubriendo más o menos lo que
esperaba descubrir: las frases, párrafos y capítulos en los que tengo algo
sustancial que decir, estos funcionan igual de bien en mi lengua madrasta que
en mi lengua madre. Pero en cuanto, en
español, empleaba la retórica, o jugaba con el idioma para intentar limar o
hacer pasar una transición complicada, la versión española (es decir, la
original) se manifiesta torpona a veces.
Esto no me quita el sueño. Así, con las grietas de mi obra a la vista de mis lectores españoles, el libro es más transparente, y por lo tanto más honesto. Me lo merezco si no engaño a nadie cuando no tengo claro lo que quiero decir, o aún peor cuando no tengo nada que decir. Pero tampoco os voy a mentir: si pudiera disipar la torpeza, lo haría.
Esto no me quita el sueño. Así, con las grietas de mi obra a la vista de mis lectores españoles, el libro es más transparente, y por lo tanto más honesto. Me lo merezco si no engaño a nadie cuando no tengo claro lo que quiero decir, o aún peor cuando no tengo nada que decir. Pero tampoco os voy a mentir: si pudiera disipar la torpeza, lo haría.
Al final de mi libro (que saldrá a
la luz mañana, a las 21,30, en La Extra-Vagante, una librería en la Alameda de
Hércules, 33, Sevilla), digo: “En el caso que esta obra haya gustado al lector,
podemos decir que todo lo que he conseguido con ella ha sido por, y no a pesar
de, haberla escrito en mi segundo idioma.
En el caso que esta obra haya decepcionado al lector, podemos decir que
en inglés habría sido aún peor.” Escribir
en español me mantiene humilde y respetuoso ante la herramienta de mi trabajo,
que es el idioma, y me ayuda a no olvidar que esta herramienta no sirve ni a mí
ni a nadie si no tengo nada útil que levantar.
Con la obra básicamente plasmada, al traducirla a inglés, puedo dar los
últimos (re)toques, tachando o/y añadiendo según proceda.
El trabajo de traducir mi libro a
inglés, me ha brindado la manera más eficaz de escribir que he conocido hasta
ahora: componer en español hasta que no puedo refinar más, y después la prueba
de fuego: a ver si la composición se tiene en pie en inglés.
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