Empecé a aprender
castellano hace siete años. Sigue siendo y siempre será un idioma extranjero
para mí. Los matices del idioma, en su
mayoría, me eluden. Es como si a un
pintor le quitaran su paleta de colores infinitos, y tuviera que hacer arte con
rotuladores. No le quedaría otro remedio
que relegar los medios a su (debido) papel prosaico y dar cara. Al empezar escribir en castellano, sólo
entonces mi personalidad como escritor, tal como la de un árbol podado, logró
demostrar su verdadera valía.
En ¡A por el bilingüismo! intenté explicar
lo difícil que es aprender, en profundidad, otro idioma. Para saber lo difícil que es esto, tienes que
vivirlo, intentar llegar a ser bilingüe, y fracasar. Muchas veces me deprime el camino que me
queda todavía por andar, si quiero llegar a mi muy, pero muy exigente meta de
fluidez total en este segundo idioma. Me
enfadan los timos perpetrados por las academias al intentar vender sus
programas de aprendizaje. Todo esto me
parecía imposible expresar, aún más en castellano. Quizás en inglés, con una paleta rebosante de
colores, podría haber hecho justica digna a mi anhelo y frustración. Pero no me extrañaría si aquel artículo,
aunque más matizado y aún conseguido, también habría sido más estéril, salido
más de mi mente que de mis entrañas. Al
poner manos a la obra en castellano, me salieron, en lugar de anhelo y
frustración, alegría y humor. Claro que el
resultado se queda corto, que no alcanza describir la rotunda realidad de mis
sentimientos, pero no por eso es menos cierto.
En el humor y la alegría del artículo radican tres cosas que son, a
veces, lo mismo: su estilo, su insuficiencia, y su verdad.
Louis Sullivan, el arquitecto estadounidense y pionero en el diseño de los rascacielos, trabajaba bajo el lema, “form follows function.” (la forma resulta de la función). Se puede aplicar el lema a todas las artes. Yo diría que, también en todas las artes, “style follows disfuntion” (el estilo resulta de la disfunción). Intentamos expresar algo que no es posible expresar con los medios de los que disponemos. Cuánto menos posible nos parezca poder expresarlo con estos medios, más alma y empeño ponemos en el intento. De este intento fallido, redimido por el alma y empeño que se nos han corrido por la obra en la lucha, brota el estilo.
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