Por ejemplo, no
inscribí a mis hijos en educación prescolar, aunque al hacerlo yo podría haber
pasado toda la mañana tranquilamente escribiendo o impartiendo clases de
inglés. Pasar a mi prole al sistema me pareció
un recurso tan fácil que me sentía como si alguien me tendiera una trampa. Para no caer en ella, decidí mantener a mis
hijos conmigo, y llevar todo el cargo y la responsabilidad que eso conllevara. Tomé la decisión con el objetivo, en parte,
de forjarme el carácter, aunque no lo habría tomado, si no creyera que el
carácter de mis hijos estaba más en juego que el mío.
Ya ha pasado más
de un año y, en cuanto a mí, ya veo el resultado de haber desafiado lo más
cómodo. Vivo con más rigor. Si no organizo bien las mañanas, mis hijos las
pasan viendo la tele o peleándose entre ellos, o, en la calle, se quedan y se
quejan todo el tiempo en el carrito mientras hago los mandados a toda
prisa. Por otro lado, si organizo bien las
mañanas, todos jugamos mucho rato en el parque o andamos tranquilamente por la vía
publica, investigando y entreteniéndonos a nuestro amor. En esta situación y en todas, si yo fuera el
único que sufriera las consecuencias de mi mala organización, las podría aguantar. Pero al ver a mis hijos estancarse por mi
culpa, me preocupo en enmendarme.
Pasa igual con mi
escritura. Si escribiera sobre la
política, o la moda, o los deportes, o incluso las artes, al no dar cuerpo y
alma a los textos, al cometer fallos y descuidos evitables, esto sólo pondría en
peligro mi futuro y mi reputación como escritor. La política, la moda, los deportes y las
artes permanecerían intactos, intocados.
Pero cuando escribo sobre mi familia, o mis seres queridos, o mis
creencias y convicciones más profundas, cada frase que no sea digna y precisa
es una ofensa contra lo que para mí es sagrado.
Sólo entonces escribo con sumo cuidado.
Escribí Limpiando el panteón, que tiene que ver con la muerte de mi padre, como si su inmortalidad dependiera del resultado. Es el hombre que más he admirado en la
vida. Si me hubiera dejado caer en los
tópicos y lo sentimental, habría sido mancillar todo lo
que él representaba y sigue representando para mí.
Lo que quiero decir sobre el oficio es
sencillo. Si queremos escribir en plena
forma, tenemos que elegir los temas que no nos dejan, por amor propio y aún más
por amor de los demás, ni el más mínimo margen de error.
Estimado Sr. Reel,
ResponderEliminarSólo un par de líneas para hacerle saber que soy un lector asíduo de sus artículos y que me encantan por que, aunque he vivido el tiempo razonable para entender a los británicos -aunque aún no lo haya conseguido del todo-, no conocía la forma de pensar de los Americanos del Norte, por lo que encuentro sus artículos muy enriquecedores. Además, su fina ironía en cuanto al egocentrismo sevillano, me fascina.
Siento no haber cumplido con lo de "un par de líneas"...es que soy sevillano. Un abrazo.
bravo. Toda la fuerza y potencia de una novela dinástica, condensada en las pocas líneas de un artículo. Mágnifico.
ResponderEliminarSr. Strachan, escribo por gente como usted, con la curiosidad abierta. Gracias por lo que dice de mi “fina ironía”, aunque intento emplearla contra el egocentrismo en general, tanto estadounidense como sevillano. Hay mucha esplendidez en los sevillanos también, por ejemplo en aquellos que no pueden mantener su palabra de terminar un comentario en “un par de líneas”.
ResponderEliminarAl hilo de la esplendidez sevillana, Alberto, tu comentario me deja sin habla. Ojalá sea verdad. Por cierto, estoy de acuerdo contigo sobre el Muelle de Nueva York.