Critico el aborto, porque caí en el error de abortar a mi propio hijo. Critico a los escritores que escriben con
demasiada frecuencia, porque yo también he pecado y peco de dejar que textos
míos se publiquen antes de saber si están terminados. Critico a los padres que, por miopía no
necesidad, dejan que los demás, extraños, cuiden a sus niños pequeños durante
ocho o más horas al día, porque yo haría lo mismo, quizás, si hubiera manera. Critico a los flojos, a los prepotentes y a
los conformistas, porque yo también fallo en la lucha sin tregua contra la
tendencia de coger el camino más fácil.
En El culto de Sevilla santísima, mi objetico fue criticar la actitud de
los sevillanos ante la crítica. Muchos,
demasiados se toman demasiado en serio.
Para cumplir con la regla de Fonteyn, me ocupé en demostrar que yo
también, soy culpable de tomarme demasiado en serio. Así se plasmó el artículo.
El dramaturgo estadounidense David Mamet, cada vez que se sienta para escribir, empieza con la misma pregunta: “¿Soy un farsante?” Cuando he escrito en plenas facultades, es porque ha surgido tal pregunta, y me he esmerado en intentar contestarla, sean lo que sean las consecuencias a mi opinión de mí mismo.
Hay un refrán en inglés que dice, “It takes one to know one”. Se utiliza cómo los españoles utilizan “¡Mira quien fue a hablar!” y/o “Se cree el ladrón que todos son de su condición”. Soy igual que cualquiera a la que critico.
Demasiados escritores se creen inmunes a los males que denuncian. ¿Cuántas veces hemos leído un artículo vapuleando a los políticos por ser corruptos, incompetentes o inconsistentes en su trabajo, mientas el artículo en sí es el vivo ejemplo de un trabajo hecho sin afán o esmero? Dichos escritores exigen lo mejor de los demás, mientras sólo cubren el expediente de su propio oficio. Su regla general podría ser, “Tomar a mí mismo muy en serio, pero no mi trabajo”. También he sido culpable de esto.
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