domingo, 17 de marzo de 2013

La confesión

Escribo con un único objetivo: para un buen día poder morir en paz.  Como si esto no fuera lo suficientemente Católico, añado que considero al lector como mi confesor, detrás de una mampara insonorizada.  Es decir, me puede oír a mi, pero yo no a él o a ella.  Si esta forma de confesión te parece escaquearme de lo correctivo del sacramento, te digo que el silencio casi siempre ha sido más justo conmigo que un ser.  Me conoce mejor.

“Yo no soy racista, pero. . .” muestra cómo una confesión se presta a un tema.  El racismo, como tema, es empapado y socavado por los tópicos.  Había una sola posibilidad de convertir el artículo en algo único: escribir sobre mi experiencia personal del racismo, no como observador, sino como participante.  Hay muchos retratos del racismo escrito desde el punto de vista de la víctima, pero pocos desde el punto de vista del racista.  Elegí el segundo.

Confesar ser racista, además de centrarme en el buen camino como penitente, establece mi autoridad como articulista.  Si no fuera racista, ¿qué sabría yo sobre el asunto?, salvo que es un mal.  Todo el mundo con dos dedos de frente ya sabe esto.  No habría aprendido nada, ni el lector ni yo.  Principalmente yo.

 

domingo, 3 de marzo de 2013

Premio

Se dice que la señal de un verdadero poeta no es el número de poemas que ha publicado, sino el número que ha tirado a la basura.  En mi opinión, un poema depende más de talento e inspiración que un artículo.  Es más posible salvar un artículo mediocre con transpiración, perseverancia y prácticas.  De todas formas, porque es mi objetivo como periodista tomar mi obra tan en serio como los poetas toman la suya, habrá artículos que acaban eliminados.

En Julio de 2009, escribí un artículo que reprendía las críticas que mis vecinos dirigían al trabajo de algunos albañiles sudamericanos que acababan de poner suelos de mármol en las escaleras y rellanos de nuestro bloque.  A mi ver, el trabajo fue igual de bien o mejor que habría sido si lo hubiera hecho españoles.  Pero como de esto no podía estar seguro, y como la mayoría de las críticas habían venido de parados que antes habían trabajado en la construcción, el artículo me parecía más injusto que la injusticia que denunciaba.  A diferencia de los parados de mi bloque, yo atacaba a aquellos cuando ya estaban derrotados.  Por eso, lo suprimí.

Casi tres años después, me salió Prohibido Paraguayos, un artículo que tiene, como mínimo, fundamentos más sólidos.  Mientras el primer artículo vaciló y se disculpó, este se desarrolló despiadadamente al grano, sin dar explicaciones.  Puede que uno de sus defectos sea que no da tregua alguna a los denunciados.  Este defecto va de la mano de su virtud principal: su ritmo arrasador.

Quiero dejar claro que, cuando lo escribí, estaba decepcionado con Sevilla.  Me sentí marginado.  Me estaba dando cuenta, paranoicamente o no, de que la así llamada intelectualidad hispalense nunca me aceptaría, que ser guiri, aunque esto me abrió camino y me consiguió un foro, al final funcionaría en contra de mi carrera como escritor en Sevilla.  Aun temía que cuánto más destacara mi trabajo, cuánto más reluciera, peor, pues más razón tendrían los nativos para descartarlo.  Quizás sean estos sentimientos los que el primer intento faltaba: aunque yo había sentido la injusticia de criticar el trabajo de los sudamericanos, todavía no me había sentido identificado con ellos.  Como premio por mi paciencia y contención, podía, en este intento, desahogarme por motivos personales, sin tener que referirme a mí.  Al suprimir un artículo mediocre, gané otro que vale más.