domingo, 27 de noviembre de 2011

Wishful thinking y misticismo

Al escribir Spielberg sobre ruedas, me emocioné hasta tal punto que casi llegué a incluir lo siguiente:
“Puede ser que los americanos, en comparación con los sevillanos, gocemos más de nuestros manjares, bebamos nuestra cerveza con más sed, y nos acostemos con más ganas con nuestras cónyuges, pudiendo mejor canalizar nuestro libido en amar una sola ser para siempre”.
Lo quité porque es mentira.  ¿Cómo puede ser que, cuanto menos unas gentes se dejen expresar lo sentido, mejor lo aprecian?  Esto se llama, en inglés, wishful thinking.  No me dio pena matar lo que no eran más que ilusiones.
Me costó más acabar con lo siguiente:
“El arte que más me interesa en esta etapa de mi vida surge de una voluntad creativa más allá de la humana.  No me refiero a la imaginería, aunque mi arte preferido tiene algo parecido a este: en ambos, todos somos estatuillas creadas y manipuladas por fuerzas finalmente fuera de nuestro control.  Cuánto de este drama se represente en público depende de donde uno vive, y de la relación que los lugareños tienen con su Maker (Fabricante)”. 
Lo maté porque me parecía demasiado místico.  El misticismo desentona con el periodismo.  Es tan poco concreto y por lo tanto casi imposible hacerlo justicia en este género tan humilde.  Mejor no aludir a Dios en un artículo.  Mejor que se muestre, si Él quiere, entre líneas.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Un autoayudense

Al leer Un americano atado en corto, el lector, habiendo visto la referencia a El camino del hombre superior de David Deida, se habría dado cuenta de que no soy reacio a libros de autoayuda.  La mayoría de los libros buenos en este género, como el de Deida, tienen títulos desafortunados que no reflejan en absoluto la sabiduría en sus páginas.  Igualmente, la gran mayoría de novelas y libros de poesía tienen títulos enganchadores que no reflejan en absoluto lo tópicas, opacas y sosas que son sus páginas.

Hay un gran desprecio en ámbitos intelectuales por la autoayuda.  Sin lugar de dudas, un libro malo de autoayuda, por su forma engañosa de intentar solucionar nuestros problemas, es más vergonzoso que un libro malo de literatura, que es sólo autocomplacencia.  Pero yo diría que un gran libro de autoayuda, como, por ejemplo, Un camino sin huellas de Scott Peck, tiene incluso más valor que la literatura.  Sin poseer la sabiduría que Peck da a conocer con tanta sencillez, humildad y claridad, un lector no es capaz de apreciar la literatura.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Consejos contradictorios

“Hay que escribir para uno mismo” es un tópico con el que todos estamos de acuerdo.  Igualmente corriente y difícil de negar es lo aparentemente contrario, “Hay que enganchar a tu público”.  Desde que empecé a escribir, tengo asumido el segundo.  El primero, más vago, voy comprendiendo cada vez más.

La vida es larga, y el corazón y la mente inconstantes.  Escribo para fijarme bien en las cosas, personas, e ideas que me importan, y así no perderlas.  Tomemos las descripciones pormenorizadas que he dado en Vivo en una tienda china de mi vivienda corriente, mi ex piso en el barrio de Santa Cruz, y el estudio que habité en Nueva York.  Dediqué horas al esfuerzo de resumir sólo lo esencial, de dar una imagen nítida, sin cargar con el superfluo – todo eso para no aburrir al lector, pero aun más para quedarme, egoístamente, con el meollo.

En mi experiencia, la esencia se hace el escurridizo si no lo pongo por escrito.  Voy siempre en busca de temas que no sólo alojan a muchos de mis queridos, sino que dependen de mis queridos para comunicarse.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Un matapalabras

Hoy os brindo un principio y un final, ambos matados del artículo XXL.

Iba a empezarlo así:

“Al visitar mi colegio años después de terminar mis estudios allí, todo parecía mucho más pequeño que lo recordaba.  Los pasillos, las aulas, el auditorio, hasta los envases individuales de leche me hicieron sentirme gigantesco.
La impresión es lo contrario al visitar a mi país.  Las carreteras, las casas, las tiendas, todo, hasta los platos que ponen en los restaurantes, me hacen sentir pequeño”.

Me dejó frío esta introducción, porque, con ella, traté de describir una sensación (la de sentirme pequeño) a través de describir lo contrario (la de sentirme grande).  El principio que puse y que sigue en su lugar (el de mi hermana bebiendo cinco cafés al día), además de ser más llamativo y al grano, introduce el tema de lo sobrehumano, al que vuelvo con el frase final del artículo (“Defiendo la escala humana, no la sobrehumana.”), y también el tema de la cafeína, que me sirvió al hacer la transición a hablar de Nueva York, que es otro animal que mi país en sí, más bien su twisted sister (hermana retorcida).  Es lógico que en cuanto más planos funcione un principio, mejor, siempre que también despierte el interés del lector.

Un final también debería tocar muchos planos.  El final que acabé quitando se limitó a lo estadounidense y la naturaleza, con el objetivo de dar a entender la diferencia, a mi juicio, entre lo grande y la grandeza:

“Es ante la grandeza, no lo grande cómo me gusta sentirme pequeño, ante el mar, no ante una pila de panqueques, al pasar por las montañas, no por un centro comercial, al sumergirme en la selva, no al recorrerla en una carretera de doce carriles”.

Decidí encontrar un solo ejemplo (la parte sur de Central Park), en vez de tres, para mostrar lo grande frente a la grandeza, y lo coloqué en el penúltimo párrafo.  En el último párrafo utilizé una técnica parecida a la que en el cine se llama un montaje.  Es ideal a la hora de comparar culturas, porque superimpone imágenes de una cultura a imágenes de otra.  Se dice en inglés que una imagen vale mil palabras.  Diría que una imagen mata mil palabras.