Al tomar la
decisión de escribir sobre la política, o, aún menos típico de mí, sobre un político, el reto se convirtió en
cómo hacer esto sin que el artículo tuviera una fecha de caducidad. Quizás una imposibilidad. De todas formas, lo intenté esforzándome al
máximo. Primero, no lo nombré, convirtiéndolo
en El Político, o más bien, en Nuestras Esperanzas de El Político, y a mí en La
Voz Expectante, Insistente y a Veces Inocente del Pueblo. Tal dinámica siempre ha existido y siempre
existirá. Segundo, en vez de escribir
sobre él, escribí a él, de hombre a hombre, centrándome en su carácter y su
porte, en vez de en su plataforma y cv.
Si la primera táctica impersonalizó el asunto, la segunda hizo todo lo
contrario. Y tercero, escribí, siempre
que fuera posible, sobre las verdades universales de La Corte (sus engaños,
auto o no, sus aires de superioridad, y su alejamiento de la realidad) en lugar
de temas de actualidad, y los políticos concretos implicados en ellos.
En la segunda
parte de la carta (que se publicará en dos semanas), aunque no pude evitar
referirme a temas de actualidad, lo hice en la forma más genérica posible, pero
no por eso menos especifica. Eliminé todos
los detalles, la mayoría nombres propios, que sólo llevan un significado
sugerente o emotivo en el presente. Mis
únicas concesiones al presente, hacer mención de Mike Bloomberg, el alcalde de
Nueva York, y del Caixafórum de Sevilla, fueron incluidas para no socavar el
fundamento principal de cualquier periodista que se precie: la claridad.
Aunque parezca
que no, escribir para el lector de todos los tiempos casi siempre hace el texto
más, no menos, pertinente a la actualidad, en gran parte porque lo hace más
ameno, en el sentido digno del termino.
Inclina a una cobertura, no exhaustiva, sino de lo imprescindible; a
informar a través de la descripción; a narrar en vez de explicar; al lenguaje
figurado más que al literal. No podemos
dar nada por sentado, tenemos que escribir con sumo rigor.
Habiendo dicho todo
esto, la segunda parte de la carta, precisamente porque se ata más al presente,
es la que tiene más intensidad y fuerza.
Ya veréis. Tuve que abrazar el
lado más efímero del periodismo. Al fin
y al cabo, el valor de nuestra obra, un poco como el valor de la obra de un
artista escénico, radica en su eventualidad.
Al abrir el periódico, al subirse el telón, arranca; al cerrar el
periódico, al bajar el telón, ya ha pasado a la historia.
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