En Sevilla, vivo
entre la clase baja. Aclaremos que las
clases bajas de esta sociedad son, en un contexto global, también unos
privilegiados. Hay que decir también
que, a diferencia de la mayoría de mis vecinos, mi estatus social ha sido más
mi elección que mi suerte. Aun así, gracias
a la vida que llevo, tengo una idea más clara sobre lo que un ser humano verdaderamente
necesita para sentirse seguro, digno, relevante y aun a gusto. Aún mejor (para un periodista), por vivir
como y entre los ciudadanos de segunda o aun tercera clase, vivo en directo y a
diario casi todos los incumplimientos, descuidos y políticas miopes de nuestros
gobernadores.
Tal como los
políticos debaten y promulgan leyes y elaboran presupuestos para regular la
sanidad, la educación, el transporte público, sin apenas utilizarlos, los
periodistas de política no entran, mucho menos viven en barrios humildes, aún
menos en barrios desgraciados. Apenas
patean la vía pública, salvo cerca de sus casas, oficinas y las oficinas de
aquellos a los que cubren. Para ellos,
el paro es una lacra al acecho, no su vía crucis o un hecho cotidiano. ¿Algunos de ellos meten a sus hijos en la
educación pública? Tanto el follón
administrativo y la impersonalidad de la sanidad pública como su abuso por los
usuarios son, para los supuestos expertos, que se enteran a través de terceros,
una indignidad hipotética. Por lo tanto,
acaban escribiendo sobre lo que saben, y para aquellos a los que conocen, es
decir para interesar a los políticos, a sus plantillas y a los demás escritores
de política, no para exponer, con pelos y señales, hasta qué punto y hasta qué
profundidad llega el alcance de la mala gestión del pueblo. Eso, simplemente porque no lo sufren lo
suficiente en sus vidas cotidianas.
Claro está que
los políticos están alejados de la realidad.
Una gran parte de la culpa la tienen los periódicos que dedican tanto
espacio a los desaires e indirectos intercambiados entre ellos, sus mezquinas
rivalidades de poder y todo el cotilleo y soso espectáculo acerca de semejante
circo de faranduleros. Quizás los
periódicos están en crisis porque han dejado de escribir sobre lo que nos
importa.
Escribí parte I
de Carta abierta al alcalde para
demostrar que, pese a tener cada día más contundentes motivos por no tener
esperanzas de la política, sigo teniéndolas.
Digan lo que digan los sondeos, creo que los españoles en su mayoría
comparten mis esperanzas redomadas, lo cual es lo único que los políticos
tienen a su favor.
Escribí parte II
para demostrar cómo los políticos, al conseguir sus cargos, escupen en la cara
de nuestra buena fe, tanto con sus acciones como con sus palabras. Los periodistas de política tienen la
responsabilidad de exponer todos estos timos perpetrados en nombre de la
política. Pero no lo hacen como es
debido, porque están comiendo tarta con la reina.
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