Mi padre solía
decir que el buen periodismo trata sobre gente, no sobre sucesos. Yo añadiría que la buena escritura trata
sobre personalidades, no sobre ideas. Ideas
aclaran un asunto, las personalidades lo enturbian. Para mí, la verdad es siempre turbia. Así pues cuánto más me contradigo en mis textos,
queriendo o no, mejor. Mi
autocontradicción es una señal que todavía estoy a salvo, abierto a cambios e
incluso revoluciones, y así desarrollándome.
Tomemos la frase:
“En la familia radica la felicidad”. No
sólo es cierta, sino defina una idea por y para la que vivo. Viviré fiel a ella hasta que la muerte nos
separe. ¡Cómo me lleno la boca decirlo! ¡Cómo me hincho de mi bueno y solido
carácter! Sin embargo, al vivir según
esta premisa, descubro que, en mi familia, también radica casi toda mi frustración
y hastío. Al fin y al cabo, la frase,
“En la familia radica la felicidad” es ni más ni menos cierta o falsa que “En
la familia radica la infelicidad”.
A la hora de
tratar el asunto de familia, existe una sola solución para un escritor:
escribir sobre una familia en particular (siempre elijo la mía), especialmente las
personalidades de las que consta. Así
existe la posibilidad que nos salga la verdad concreta, no sólo sobre lo que es
la familia, sino sobre lo que es la felicidad y la infelicidad también.
En Dios comonosotros lo concebimos, escribí sobre la religión, algo tan personal y
polifacético como la familia. El
artículo habría sido en vano, un conjunto de palabras vacías y frases vagas, si
no tuviera como protagonista la persona, no la idea, que más me ha definido y
ha hecho indefinible el asunto.
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