domingo, 15 de enero de 2012

Matando las vidas posibles

Viví tantos años en la soltería empedernida, trabajando a tiempo parcial, escribiendo entre 8 a 10 horas al día, y después leyendo, viendo películas, hablando con mis amigos que también eran escritores.

Hoy por hoy es otra historia.  Tengo tiempo para escribir tan sólo si organizo bien los días.  Leo poco además del periódico.  Sólo veo cine infantil.  Menos mal que la gran mayoría de mis amigos viven fuera, porque no sé cómo me daría tiempo para verlos.

Cuando no escribo, cuido a mis hijos o imparto clases de inglés.  El primero me extenúa físicamente, psicológicamente y mentalmente.  El segundo sólo mentalmente.  El primero me está haciendo hombre, el segundo me pone en las casas y oficinas de los demás.  Ambos me sirven para que mi mente consciente se aleje de mi escritura cuando no estoy en ella.  Vuelvo a mis proyectos, cansado, sí, pero ligeramente cambiado, con una pizca más experiencia en la vida, pues así soy más capaz de matar lo falso en mi obra.

Durante muchos años, me conservé, me retiré de la vida para disponer de más tiempo y fuerza, no sólo para escribir, sino para sumergirme en las artes y en los otros placeres.  Más que años de preparación, los veo como años para ganar tiempo, para hartarme de lo dulce, para armarme del valor necesario para por fin entrar en liza.

Antes meditaba mucho sobre mis vidas posibles, sobre lo que quizás podría llegar a ser al comprometerme a un camino.  Echo de menos aquellas vidas posibles como echo de menos sueños bonitos.  Las maté en un momento de sangre fría.  Cogí un camino, y sigo en ello, sin reservas.  En el bio de éste blog, escribí que “he encontrado mi voz como escritor. . . gracias a haber encontrado en Sevilla una vida lo suficientemente repleta para exprimir el mejor zumo que hasta ahora ha sido posible de sacar de mí”.  Sólo al matar mis vidas posibles, empecé a dar al lector algo para gustar o disgustar.

Antes de despedir la emisión, os brindo un remate eliminado de Lo que nos hace especiales: “Que Dios me salve de tocar la lotería.  Si por mí fuera, si pudiera, dedicaría todas las horas que paso despierto doblegado sobre mis libros, escribiendo para gente igual de asocial que yo”.

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