Tal artículo y los cuatro otros venideros que giran en torno a él, me han permitido hilar muchas anécdotas, cada una teñida, y por lo tanto enriquecida, por su personalidad y ser. He escrito que su visita “me devolvió mis ojos de asombro”. Es precisamente eso lo que debería hacer el periodismo, o la escritura en general, para los lectores. A mi juicio, cuánto más asombrosa se vea una ciudad, o lo que sea, más nos acercamos a la verdad.
Mi hijo de dos años se emociona al ver una mosca. En una ocasión, una muchacha le vio emocionarse, y exclamó: “¡Es como si nunca hubiera visto una mosca en su vida!”. Pues había visto pocas. Para los demás, una mosca es una molestia, para mi hijo es todavía un milagro. En puridad, a mi hijo le asiste la razón.
Supongo que el gran reto para un escritor es llegar a ver a sí mismo con ojos de asombro.
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