domingo, 1 de enero de 2012

En defensa de la anécdota

Relatar la cotidianidad, la actualidad o la realidad es fútil sin la anécdota.  De todas formas, los periódicos prefieren informarnos con los sucesos y los reportajes en vez de con las anécdotas y las crónicas.  Nos ofrecen los hechos, y algunos comentarios sobre los hechos, pese a que los hechos, como los nombres y las fechas en un libro de historia, sólo nos dan la ilusión de conocimiento.

Como lector, quiero saber el quién más allá de unos nombres, el por qué más rotundo que un solo motivo, el qué previo y posterior al resultado, y el dónde y el cuándo ambientados.  Como periodista, escribo para lectores como yo.

Lo innegable es que es más difícil averiguar, verificar y contar una anécdota que un suceso, principalmente porque una anécdota se compone de varios sucesos, cuyo objetivo es comunicar una idea o un sentimiento.  Para hacer mi trabajo factible, escribo sobre mí, la vida que llevo.  Así, averiguar se reduce a andar y fijar, y verificar se reduce a ser honesto y franco.  Mi gran reto radica en el contar, el lado del oficio que más ilusión me da.

En Tienes que estar allí, entretejí algunas anécdotas para llegar a la conclusión que, aun con las anécdotas, no podemos lograr comunicar la realidad a todos.  Precisar quién no es capaz de entender qué realidad, es comunicar algo.  Esto era mi objetivo modesto.  Mi objetivo menos modesto era hacer palpable el patriotismo de mis paisanos a lectores que no lo conocieran de primera mano.  Más vale fallar en comunicar lo incomunicable que conformarme con comunicar solos los hechos.

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