Durante los diez
meses que dejé de escribir La Sevilla del
guiri, refiné, aumenté y organicé mis primeros 50 artículos, convirtiéndolos
en lo que, con suerte, verá la luz algún día como un libro. Clasifiqué los artículos en cinco secciones,
el oído, la vista, el tacto, el gusto, y el olfato, y después escribí introducciones
a cada sección, explicando cómo, cuándo, y por qué cada sentido entraba en
juego según la ciudad (Sevilla o Nueva York) o el país (España o EE. UU.) en el
que se encontrara. De todos los
sentidos, el gusto es el que más trabajo me costó introducir, sin duda porque
este, si no nos limitamos al paladar, es el que más abarca. Es el rey de los sentidos. Todos los demás trabajan por él.
Mi mujer (mi buena
y fiable editora) rechazó el primer borrador por ser demasiado esotérico,
intelectual y así que poco sustancioso.
Aconsejó que añadiera algo en el que un lector pudiera hincar los
dientes. Le di lo que pedía. Si el primer borrador le dejó con hambre, la
segunda le hartó hasta la saciedad. Con
nuestros recortes, el texto se redujo de diez páginas a cuatro, casi la
extensión del borrador original. De las
seis páginas que sobraban, convertí tres, una vez más a sugerencia de mi mujer,
en Alucinaciones de un desnutrido.
Un buen y fiable
editor no sólo recorta, sino sabe reciclar.
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