Al limitarnos a comunicar
una sola cosa, así se recortan los ejemplos y la experiencia propia que vienen
al caso. Cuánto menos de esta materia
prima haya, mejor. Así no nos queda más
remedio que plasmarla con esmero, minuciosidad y emoción. Así damos a conocer ideas, opiniones y
creencias de las que, con más materia prima, ni siquiera habíamos sido
conscientes. Este más que surte del menos
es quizás la más grata contradicción inherente del oficio.
Quería escribir
algo sobre un viaje de diez días que hice con mi familia a Londres. Lo difícil fue dar con la “una sola cosa”. Para mí, los sentimientos de culpabilidad e
inseguridad, aunque me abruman en mis tratos con los demás, a veces paralizándome,
son mis grandes amigos a la hora de escribir.
Componen la locura que da mi escritura personalidad y miga.
Londres, una lección a la última resultó ser un artículo sobre un
encadenamiento de circunstancias, producto de no vivir de acuerdo con mis
principios, todo en tono “taking the piss”,
como dicen los ingleses. Los dos
o tres párrafos que tratan lo diverso e integrado que es Londres en comparación
con Sevilla y Nueva York, surgieron por sí solos al querer describir bien la
escena y poner al lector en contexto sobre nuestro anfitrión. Aunque son unas observaciones secundarias,
puedan ser las que más interesan a algunos lectores, especialmente a aquellos
sin sentido (escatológico) de humor.
Tomemos esta
entrada. Me ocupé en aclarar una sola
cosa: los beneficios de limitarnos a comunicar una sola cosa. Sin embargo la aclaración, dicha de paso,
sobre cómo los sentimientos de culpabilidad e inseguridad figuran en mi obra es
la que más me ha valido la pena.
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