Para mí, la
libertad artística consiste en poder elegir mis restricciones. La
Sevilla del guiri me pone muchas restricciones. En ella, no caben todos los temas que me
fascinan. Los textos no pueden exceder
950 palabras. Por ser publicados en un
periódico, hay registros de lenguaje a los que no puedo recurrir. Todas estas limitaciones, y otras más, al
contrario de inhibir mi creatividad, la animan.
También me
restringe mi editora. Como he dicho
antes en este blog, mi editora es mi esposa.
Porque ella me quiere y es perspicaz (los únicos requisitos esenciales
para un buen editor), le otorgo autoridad absoluta sobre lo que escribo. Si dice que algo no funciona, aun si no puede
explicar precisamente el porqué, le doy el beneficio de la duda, y lo
elimino. Manda ella. Supongo que, por culpa de ella, he quitado
ocurrencias agudas de mi obra. Como
todas las autoridades, ella puede fallar.
Pero por cada vez que ha amortiguado el impacto de mi obra, la ha
salvado diez veces o más.
En ¿Secuelas de una dictadura?, escribo
sobre el abuso de autoridad en España.
No tengo ningún problema con que una autoridad me limite, ni como
escritor, ni como ciudadano, ni como ser.
De hecho me viene bien, siempre y cuando esta autoridad se preocupe
de veras por mí, y no por conservarse.